La ventana (Especial Halloween)

La noche de los difuntos está cerca, Halloween se respira por las calles y las brujas están poniendo a punto sus escobas. ¿Qué mejor para celebrarlo que un pequeño y atípico relato de terror?

Hoy les traigo una historia sobre un miedo más real y cercano de lo que parece, especialmente dedicada a aquellos amantes de pasar un poco de angustia en esta fecha tan señalada. Espero que este cuento no les deje indiferentes.

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Cuando la música atraviesa la frontera de mis cascos

Imágenes mudas corrían vertiginosamente en una infinidad de ventanas artificiales. Visiones mecánicas del presente, el futuro y el pasado nos golpeaban con el más que dudoso fin de hacer el viaje más ameno.

Ya casi había renunciado a la ilusión de emprender una aventura de aquella índole y, sin embargo, una mezcla perfecta de azar, sacrificio y un ángel de inconmensurable generosidad contribuyeron a elaborar con mimo la receta que haría perdurar en mi memoria el dulce regusto de la vorágine melómana que estábamos a punto de vivir.

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La visitante nocturna

Abro los ojos y allí está, quieta, oscura y paciente, con sus enormes patas y su rechoncho cuerpo segmentado. Me observa parsimoniosa desde una pequeña imperfección en la pared, entre dos ladrillos que ha reclamado como propios. Apenas se mueve, como si en realidad no estuviese allí, a la espera de un mosquito despistado o de una mosca que vuele demasiado cerca.

Podría cerrar los ojos y regresar a mi plácido sueño pero soy incapaz; esa mirada octuplicada me hipnotiza, observándolo todo desde su atalaya con la intensidad de ojos sin párpados y la mirada fija en cuanto le rodea.

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Franz

Franz no era más que un tipo cualquiera, gris y aburrido de la vida, que sentía un profundo vacío. Como si los días no acabasen nunca de estar completos. Días que pasaban sin ser capaz de darle un rumbo a su vida.

Solamente Mona le había completado alguna vez. Pero Mona se había ido para siempre y nunca volvería. Y eso le atormentaba cada noche, al posar su cabeza sobre la almohada e imaginar qué cruel deidad había podido obrar para que ocurriese tal desastre.

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Bofetadas de vacío inmaculado

Delante del blanco telón de mi futuro, trato de convertir recuerdos en delirantes fantasías.

Las letras bailan incesantes, mientras el peso de granos invisibles, pero grandes como piedras, me recuerda que la vida huye lentamente por un desagüe de clichés y vanas esperanzas, presa de la monotonía encerrada entre cuatro paredes incapaces de dictar un rumbo definido.

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Persiguiendo la entelequia

He quedado con mi amigo Pablo para ponernos al día después de mucho tiempo de no vernos. Ese tipo de reuniones que te sacan de la inercia del día a día, donde recuerdas historias pasadas que coronas con promesas vacías de futuros reencuentros. Sí, exactamente esas citas que anhelas porque te dan la vida, pero se repiten menos de lo que deberían, porque los amigos hay que cuidarlos y parece mentira que seamos tan desastres.

Mi afán de puntualidad ha hecho que llegue demasiado pronto. Aún quedan cuarenta minutos, así que entro en un bar cercano llamado: La cervecería, lo que denota una desbordante imaginación, a la altura del culto a la higiene que profesan los dueños del local. No veo a nadie, por lo que me freno un poco pensando que quizás aún no hayan abierto las puertas al modesto público.

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Inercias y perdones

Las siluetas grises y pétreas a su alrededor impedían a los tímidos rayos del sol invernal dar algo de calidez a su ajado espíritu. Testigos mudos de la historia que parecían ajenos a la vertiginosa mutabilidad de la vida urbana.

Sus pasos, lentos pero firmes, recorrían el casco antiguo sin rumbo concreto pero con un objetivo claro. Atesorar los recuerdos que se le escapaban paulatinamente de entre los dedos. Azuzar la memoria para que hiciera un último esfuerzo.

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La perdición de Pandora (Tentación)

Cuando entré en la habitación, todo el dolor que embargaba mi cuerpo desapareció instantáneamente, al ver el contraste de tu cobriza silueta sobre las perfumadas sábanas de color pálido.

La pesada carga arrastrada a lo largo de mi vida quedó ligeramente suspendida por la firmeza de tus piernas; dos carriles que me guiaban hacia el camino de la perdición.

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Una nana para Ariadna

Ariadna nació en un mundo de destellos y fachadas. Un mundo de caminos de ida y vuelta, cuyas metas eran siempre artificiales. Fue un regalo divino injustamente rechazado, roto incluso meses antes de nacer, por el desprecio de una madre que siempre antepuso su carrera profesional de pasarela y ficción, a la dicha de ser ejemplo y parte en la vida de una hermosa criatura.

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