La perdición de Pandora (Tentación)

Cuando entré en la habitación, todo el dolor que embargaba mi cuerpo desapareció instantáneamente, al ver el contraste de tu cobriza silueta sobre las perfumadas sábanas de color pálido.

La pesada carga arrastrada a lo largo de mi vida quedó ligeramente suspendida por la firmeza de tus piernas; dos carriles que me guiaban hacia el camino de la perdición.

Cerré suavemente la puerta con el fin de no despertarte, y te revolviste un poco entre los brazos de Morfeo cuando me acosté a tu espalda, disfrutando de la delicadeza de tu cuello, tan suave y cálido como lo recordaba, como la culminación perfecta de una espalda que pedía a gritos a mis manos que jugaran con ella.

Una suave brisa entró a través de la ventana, meciendo tus cabellos y produciéndote un escalofrío desde el cuello hasta el inicio de la más deliciosa de tus ambrosías. Mis dedos juguetones comenzaron a recorrer el lóbulo de tu oreja, tan tierno que no pude evitar que mi lengua memorizase su contorno, mientras mis manos seguían bajando presa de una ansiedad contenida por explorar todos tus secretos.

Al llegar a las caderas te estremeciste en sueños y, al girarte muy despacio, apareció ante mí aquella tentación que me había sido negada injustamente. Mi cálido aliento rozó tus pies y subió recreándome en cada centímetro de ese sagrado templo que llamabas cuerpo, al tiempo que mis manos leían tus tobillos temblorosos y huidizos, presas de la ceguera propia de una profunda pasión.

No quería que ningún rincón de aquel maravilloso lienzo quedase libre de mis cuidados y me esmeré por no privarte del conciliador sueño, mientras grababa a fuego tu contorno en mi memoria. Mis labios al fin encontraron el interior de tus muslos y mi lengua húmeda y juguetona se recreó en su tacto suave. Instintivamente cerraste las piernas en sueños atrapándome entre tus pilares maestros, con la boca a escasos centímetros del divino tesoro, donde el ombligo cambia su nombre por el de Pecado. En ese momento, mi cálido aliento derritió aquella tentación y tus piernas se abandonaron al más puro de los placeres.

[pullquote]No quería que ningún rincón de aquel maravilloso lienzo quedase libre de mis cuidados y me esmeré por no privarte del conciliador sueño, mientras grababa a fuego tu contorno en mi memoria[/pullquote]

Sin embargo, debía ganarme el premio antes de poder disfrutarlo, así que continué ascendiendo muy despacio por tu estómago, rodeando la más bonita de las cicatrices de Eva, encontrando finalmente unos senos de belleza inigualable, rematados por la dureza de tu creciente excitación. Pedían a gritos empaparse de mi saliva, algo que obtuvieron al instante, para después pasear por sus dominios; curvas peligrosas que invitaba al abandono y el deseo.

Mientras mi lengua saciaba su sed, mis manos masajeaban suavemente el resto de tu cuerpo, con deleite, al ritmo de tus oníricos gemidos, hasta encontrarse, casi por casualidad, con una húmeda perla de valor incalculable. Era el atractivo preludio de una inmersión obligatoria en el Imperio de los Oscuros Sentidos, cuyas puertas fueron poco a poco abriéndose a la maestría de mi destreza, dejando paso a la ansiedad de mi boca, que se esmeró a fondo por recorrer cada pliegue, deslizándose, mordiendo y lamiendo, hasta conseguir fundir la delgada barrera entre el dolor y el placer.

Tus manos, movidas por la intensidad del momento y la lujuria de los sueños, apretaron con fuerza mi cabeza contra tu sexo, impregnándome de tu deliciosa esencia; atenazándome el cuello con las piernas. Tus fluidos me alimentaban como maná del cielo de Sodoma y me asía firmemente a tus caderas y tus tersas nalgas como si de ello dependiese la continuidad de mi existencia.

Lentamente fuiste saliendo de tu trance, con la respiración entrecortada, jadeando y satisfecha, tomando poco a poco conciencia de la situación. En ese momento reparaste en el cuerpo atrapado bajo el candente yugo de tu deleite carnal y una sonrisa traviesa se dibujó en tu angelical rostro.

—Te echaba de menos, preciosa ―susurraste mientras alejabas a Pandora de su propia perdición.

Tras liberarme muy despacio de aquellas cadenas tan deseadas, alzaste mi cara hasta que nuestros labios se juntaron y nuestras lenguas se fundieron en un prolongado beso. Solo entonces me miraste realmente, amándome hasta el punto de abrasarme el corazón.

 

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

Banda Sonora Opcional: Glory Box – Portishead

 

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...