Alas marchitas
No conseguía concebir el sueño, aunque fuese intranquilo. Su lecho no era más que un remolino de sábanas llameantes envolviendo un cuerpo cansado, crecido a destiempo y que en breves momentos había cometido la osadía de creerse conocedor de los misterios de la raza humana. Toda la habitación daba vueltas en una espiral que le empujaba hacia el lado más oculto de su psique, golpeando sus pilares, escupiéndole preguntas y amenazando con no permitirle un segundo de ignorante felicidad.
Desafía mi universo
Pasos en una oscuridad infinita. Granos de tiempo acariciándome suavemente la planta de los pies, apremiándome, sin conseguirlo, a que acompase mis movimientos al mundo, a mis aspiraciones.
Yo ralentizo el ritmo con una mezcla de diversión y desafío en el paladar, a sabiendas de que se enfadará conmigo. Porque la Dama Tiempo no gusta del humor si no es ella quien lo controla y decide cuándo empieza, cuando termina y cuando aparece con su dulce ironía.
Oruga
Estaba abatido en aquellos escalones cuando apareciste, con tu enorme sonrisa y un pastel de chocolate en la mano, dispuesta a sentarte justo encima de mí. Casi me aplastas, pero te percataste de mi existencia cuando ya había desistido de entender a la raza humana. Estaba anonadado con aquella mirada curiosa y penetrante que me observaba desde las alturas. Era difícil aceptar mi condición de oruga cuando, normalmente, nadie quería cruzarse con una.
Todos queremos sentirnos infinitos
La adolescencia es una fase extraña de la vida, un período en el que vivimos nuevas experiencias que marcarán los pasos hacia el tipo de persona en el que nos convertiremos. Una fase aterradora para muchos, pero que deja tal huella, que muchos nos resistimos a abandonarla.
Siempre he sentido cierta nostalgia por esa adolescencia que recordamos sin haber vivido. Daba igual si venía envuelta con la emocionante búsqueda de un tesoro con el más noble de los fines, si te situaba en la tesitura de qué hacer con un cadáver o si sencillamente te mostraba los problemas habituales de una juventud atormentada. Y daba igual, porque había algo que unía a sus protagonistas y con lo que siempre me sentí identificado.
El tempo de los olvidados
Serie «Inspiraciones mutuas», una breve aclaración
Si bien es cierto que una imagen puede valer más que mil palabras, si se elige sabiamente, las palabras adecuadas pueden llegar a evocar diez mil imágenes. Por ello no soy demasiado amigo de esa exclusión de conceptos, ya que, juntas, creo que imágenes y letras (y música, y escultura, y un interminable etcétera), pueden llegar a convertirse en mucho más que la suma de sus partes.
Siempre me ha gustado la idea de mezclar artes diversas, de explorar nuevas posibilidades, en un afán por romper esa barrera, por desgracia natural, que se suele levantar entre los artistas. Esos muros, alimentados por el ego, muchas veces impiden ver más allá de individualismos, sin ser conscientes de que de la colaboración entre diferentes individualidades pueden nacer cosas muy hermosas.
Ya he jugueteado con este concepto anteriormente, gracias, entre otros a mi amiga Jen del Pozo, con la que tuve la oportunidad de colaborar, mediante un texto descriptivo, en un precioso montaje basado en sus fantásticas ilustraciones, que era en sí mismo una oda a ese motor para la creatividad que es la colaboración multidisciplinar.
Y como me encanta meterme en berenjenales, esta vez le he pedido a otro gran amigo, Javier Martín, una de sus fotografías para inspirarme (puedes ver esta y otras espectaculares imágenes suyas en su cuenta de Instagram). Como se observa más arriba, en este caso es una imagen en blanco y negro, de un hombre arrastrando un pesado piano por un carril-bici, a partir de la cual he tratado de construir una historia sencilla, de esas que todos nos imaginamos cuando nos cruzamos con ciertos personajes. He aquí el resultado, espero que les guste.
Aikido. Fuerza y armonía
El horizonte se torna difuso cuando los ojos se impregnan por las gotas de sudor que perlan su frente y emborronan su mirada.
Las rodillas crepitan, como troncos en la chimenea de una casa durante el invierno, y se quejan por un esfuerzo no buscado, mientras nota cómo manchas púrpuras de sufrimiento tiñen la piel de muslos y muñecas.
Otro año más… Especial Navidad
El Tintero Infinito les desea… ¡Feliz navidad!
Se sentó cerca del calor que emanaba aquella calidez prestada, enjugándose el sudor por el esfuerzo. Ya estaba demasiado viejo y demasiado gordo para aquel trabajo, pero había firmado un contrato que debía de cumplir, fuesen cuales fuesen las abusivas cláusulas que contenía.
Cuando hubo recuperado el aliento, desplegó el mapa que, junto con una lista interminable, le había vendido aquel condenado canijo verde de mirada turbia, y trató de orientarse con las referencias que veía a su alrededor. Los últimos tres puntos de entrega le habían estado extrañamente vetados, sin apenas indicadores y con estrellas que no casaban con los estándares que estipulaba claramente el concordato. Empezaba a darse cuenta de que había sido víctima del timo más antiguo y su principal enemigo por fin se haría con la victoria. Por suerte, más sabe el diablo por viejo que por diablo y aún le quedaban algunos ases bajo su gruesa y acolchada manga.
Sacó un móvil del bolsillo forrado de borreguillo y accedió a la agenda sincronizada con la nube. Dio un tono, luego otro y finalmente saltó el contestador.
– Ha llamado usted al teléfono de Balt…– Colgó maldiciendo su suerte y volvió a echarle un vistazo al siguiente nombre de la lista – ¿Abraham Kauffmann? – Leyó incrédulo. Aquella iba a ser una noche especialmente larga.
Un microcuento de Navidad de Fernando D. Umpiérrez
Banda Sonora Opcional: The season’s upon us – Dropkick Murphys
Al final los androides no conciliarán el sueño
La decadencia y la resignación impregnan la vida de los olvidados. De aquellos despojos que no alcanzan a ser ciudadanos de pleno derecho y que se ven obligados a permanecer en el antiguo hogar de la Humanidad, cuando la propia Humanidad apenas los recuerda.
Próxima estación
Le gustaba y hubiese deseado poder gustarle una milésima parte de lo que ella le deseaba entre sus sábanas.
Con un simple átomo de pasión se conformarían sus jóvenes pero cansados huesos, pues un átomo encerraba en su interior la energía de miles de universos. Un átomo podía crear y destruir mundos con la facilidad de una sonrisa y era capaz de producir reacciones poderosas, si se aplicaba la energía adecuada.