Todos queremos sentirnos infinitos

La adolescencia es una fase extraña de la vida, un período en el que vivimos nuevas experiencias que marcarán los pasos hacia el tipo de persona en el que nos convertiremos. Una fase aterradora para muchos, pero que deja tal huella, que muchos nos resistimos a abandonarla.

Siempre he sentido cierta nostalgia por esa adolescencia que recordamos sin haber vivido. Daba igual si venía envuelta con la emocionante búsqueda de un tesoro con el más noble de los fines, si te situaba en la tesitura de qué hacer con un cadáver o si sencillamente te mostraba los problemas habituales de una juventud atormentada. Y daba igual, porque había algo que unía a sus protagonistas y con lo que siempre me sentí identificado.

Fuesen películas comerciales de los ochenta o humildes cintas independientes, desesperadas por emular el espíritu de las películas comerciales de los ochenta, todas ponen en el punto de mira a ese entrañable fracasado sin remedio. Alguien alejado de los cánones del éxito que, pese a todo, sigue empeñado en demostrar que el mundo se equivoca.

Eran historias que calaban hondo, porque hablaban de una adolescencia caótica y convulsa en la que surgían los primeros amores y las primeras amistades verdaderas, que se grababan a fuego en nuestra memoria; en las que cada pequeña experiencia tenía una trascendencia absoluta y cada noche contemplativa con los amigos de siempre (que en muchos casos acababas de conocer) era como una especie de país de Nuncajamás contemporáneo que deseabas que durase para siempre.

Todos hemos experimentado algunas de esas sensaciones en mayor o menor medida, aunque supongo que para vivir plenamente esa experiencia es fundamental que seas un adolescente de lo profundo de Minnesota. Ese pequeño proyecto de escritor inseguro e incomprendido con un pasado trágico y un futuro incierto pero cargado de expectativas. Ese joven marginado que es objeto de las más insidiosas burlas por parte de las animadoras y quarterbacks de turno, pero que es su particular infierno adolescente conoce la verdadera amistad, el verdadero amor, la verdadera música, la verdadera literatura y, seguramente, las verdaderas drogas que sirvan de catalizador para que todo lo anterior sea aún más genuino. Todo ello en un verano. Supongo que lo indie tampoco está exento de clichés, aunque reconozco que estos son más tiernos y cálidos.

[pullquote]Eran historias que calaban hondo, porque hablaban de una adolescencia caótica y convulsa en la que surgían los primeros amores y las primeras amistades verdaderas, que se grababan a fuego en nuestra memoria.[/pullquote]

Me gustaría pensar que todos estos perdedores llegan a conservar eternamente, esa magia que les otorga el estar siempre un poquito fuera de la corriente y que ha enamorado a toda una generación de entrañables balas perdidas. Que mantienen esa ternura y les acompaña a lo largo de una vida de frustración, responsabilidades, fracaso y, en general, un montón de cosas de mayores a las que tarde o temprano todos debemos enfrentarnos. Que no son arrollados por la cruda realidad de enfrentarse a, bueno, la realidad.

Aunque resulte incorregiblemente ñoño, creo que ese espíritu inocente es básico para alcanzar unas metas que, aunque pueden parecer idílicas o imposibles (ese marginado que huye del pueblo que tanto le dio la espalda y logra materializar su sueño de convertirse en un gran [introduzca aquí cualquier disciplina artística]), pueden ser un pilar que sustente la base de una vida plena. Por eso es un tipo de cine y literatura, de ingesta obligatoria para soñadores empedernidos.

Porque en el fondo lo que queremos es ser aceptados por quienes consideramos iguales. Porque en el fondo deseamos compartir nuestros miedos y vivencias, sentirnos comprendidos por una minoría, en esa época en la que sentimos que nadie nos comprende. Porque, al final, esas pequeñas miserias son las que nos hacen sentirnos infinitos.

 

Una reflexión de Fernando D. Umpiérrez

El texto que acabas de leer está inspirado en el maravilloso libro Ventajas de ser un marginado (The perks of being a wallflower en el original), escrito por Stephen Chbosky, que también realizó su magistral adaptación cinematográfica en 2012.

https://www.youtube.com/watch?v=Tgcc5V9Hu3g

Banda Sonora Opcional: Heroes – David Bowie

Sirva esta canción tan especial (cuya versión original aparece en la BSO de Ventajas de ser un marginado), como sentido homenaje por la reciente pérdida del gran Duque Blanco que nos dejó para convertirse, finalmente, en Polvo de estrellas

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...