Paradójica actitud

ALFA

Andrea se sentaba cada día a tomar su pieza de fruta en un banco cercano a la facultad. Necesitaba esta rutina para mantenerse serena el resto del día. No importaba qué fruta fuese, siempre que fuese fruta, en ese banco y sin compañía; formaba parte de ella y por algún absurdo motivo le hacía sentirse especial. Aquel era su rincón oculto y personal. Daba igual si hacía frío o calor, si había tenido un día pésimo o si se habían vuelto a reír de ella. Era su momento y nada podría estropearlo.

Un día, dirigiéndose ansiosa a su edén entre el asfalto, observó una figura lejana que fue tomando forma mientras se acercaba. Parecía un muchacho y… ¡Oh Dios mío, estaba sentado justo en su banco! No podía ser, aquel banco estaba en la parte trasera de la facultad, raído por los años y la falta de uso; nadie lo usaba excepto ella.

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Tilikum

El sonido amortiguado al otro lado de barreras invisibles era una de las múltiples torturas a las que me sometían. Ya había perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde que aquellos demonios de metal nos emboscaron y nos privaron de la libertad ganada por derecho. Pocos habían sobrevivido al ataque. Clanes enteros desmembrados y esquilmados sin contemplaciones. Tratados como mercancía.

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Revelaciones de una noche de verano

Abrió la puerta a trompicones, después de otra noche memorable que al día siguiente sería incapaz de recordar. Se quitó su segunda piel de gasa y manga corta y puso el disco de Jeff Buckley, dejando que le envolviese la melancolía desgarradora de sus canciones, mientras liberaba sus pies del yugo dictador de los tacones.

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Consciencia

Caminaba, como siempre, sumido en mis pensamientos, haciendo balance de lo pasado y lo porvenir. Siempre diseñando planes, como si lo improvisado fuese un sentimiento pecaminoso capaz de hacerme caer en el más profundo de los abismos. De repente, un pequeño ratón se cruzó en mi camino y me miró a los ojos con aire temeroso, pero con cierto brillo de curiosidad.

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Lucy

Lucy siempre había velado por aquellos a los que amaba, guiando sin querer ser guiada, como un faro que evita que los bajeles pierdan el rumbo y encallen por culpa de su propio peso, iluminando sus almas sin iluminarse nunca a sí misma.

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Hara

Llevaba toda su corta vida preparándose para aquello. Hara se entrenaba concienzudamente para la tarea para la que había nacido. Día tras día estiraba todos los músculos, tomaba un breve desayuno, un poco de agua y salía a correr.

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Calcetines desparejados

¿Qué sería de nosotros sin los recuerdos? Esas imágenes que acuden a nuestra mente en la quietud de una habitación oscura, cuando la ciudad duerme y parece que hasta el mismísimo Morfeo contiene la respiración en una esquina con tal de no despertarnos.

Existen imágenes y recuerdos que quedan grabados para siempre en la retina. Personas que eres incapaz de olvidar, que te marcan a fuego, revolviendo para siempre tu conciencia. Y es en esos momentos de oscura calma cuando todos los recuerdos se activan. La almohada tiene un curioso efecto catalizador que aviva hasta el rescoldo más profundo, haciéndonos rememorar experiencias que durante el día permanecen agazapadas, como criaturas adormecidas en un rinconcito de nuestro cerebro.

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Alas marchitas

 

No conseguía concebir el sueño, aunque fuese intranquilo. Su lecho no era más que un remolino de sábanas llameantes envolviendo un cuerpo cansado, crecido a destiempo y que en breves momentos había cometido la osadía de creerse conocedor de los misterios de la raza humana. Toda la habitación daba vueltas en una espiral que le empujaba hacia el lado más oculto de su psique, golpeando sus pilares, escupiéndole preguntas y amenazando con no permitirle un segundo de ignorante felicidad.

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Desafía mi universo

Pasos en una oscuridad infinita. Granos de tiempo acariciándome suavemente la planta de los pies, apremiándome, sin conseguirlo, a que acompase mis movimientos al mundo, a mis aspiraciones.

Yo ralentizo el ritmo con una mezcla de diversión y desafío en el paladar, a sabiendas de que se enfadará conmigo. Porque la Dama Tiempo no gusta del humor si no es ella quien lo controla y decide cuándo empieza, cuando termina y cuando aparece con su dulce ironía.

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Oruga

Estaba abatido en aquellos escalones cuando apareciste, con tu enorme sonrisa y un pastel de chocolate en la mano, dispuesta a sentarte justo encima de mí. Casi me aplastas, pero te percataste de mi existencia cuando ya había desistido de entender a la raza humana. Estaba anonadado con aquella mirada curiosa y penetrante que me observaba desde las alturas. Era difícil aceptar mi condición de oruga cuando, normalmente, nadie quería cruzarse con una.

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