(Re)conexión

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

El reto que me propuso @mixa.lp en esta ocasión fue la de introducir su premisa «Nunca recordaba un sueño…» dentro de un relato. Lo hice como siempre me ha gustado y mejor he sabido, con películas mentales de futuros inciertos y especulaciones, generalmente distópicas. Y todo, enlazado con otras partes de este extraño universo al que he ido dando forma.

¿Y si la humanidad perdiese la capacidad de soñar por abusar de la tecnología? ¿Cómo podríamos revertir el proceso? ¿Cómo reconectar con lo que hemos perdido sin darnos cuenta? 

Descúbrelo en este relato.

(Re)conexión

Abrió los ojos tras una noche agitada y automáticamente alargó el brazo para coger el casco de volcado.

Nunca recordaba un sueño porque no le hacía falta. El Onirodomum® que tenía instalado en la mesilla ya hacía el trabajo. Era otra de las muchas novedades que habían acompañado a aquella «nueva normalidad» que le vendieron a la generación de sus padres.

Cada mañana, los sensores del casco mapeaban el cerebro de Ylana y hacían una réplica exacta de los sueños producidos durante la fase REM, para su posterior visionado. Además, aprovechaba los casi quince minutos que duraba el proceso para su sesión de meditación diaria con proyecciones relajantes.

Pero esa mañana no pudo terminarla. Un molesto pitido proveniente de todas partes la distrajo. Tardó unos segundos en darse cuenta de que el sonido salía del propio casco.

Se levantó y comprobó la retroproyección de alerta que ofrecía el terminal, gracias al circuito implantado en sus córneas.

«Datos no encontrados. Archivo corrupto. Por favor contacte con el servicio técnico».

Era la primera vez que le aparecía ese mensaje y su ceño fruncido tras las gafas era fiel testigo de ello. Volvió a reiniciar el proceso y se tumbó.

Otro pitido seguido del mismo mensaje.

—Qué le pasa ahora a este cacharro…

Un tercer intento con el mismo resultado le hizo desistir y levantarse a preparar el desayuno. Mientras lo hacía, le pidió al terminal que llamase al servicio técnico.

«En este momento todos nuestros asistentes virtuales se encuentran ocupados. Por favor intent-»

—Esto es ridículo… Chest, llamar a Raquel —dijo Ylana, cortando el mensaje pregrabado.

—¿No quieres una aspirina antes? —sonó desde el terminal.

—No seas exagerado, que tampoco es tan intensa… —Se tendría que acordar luego de reducir el nivel de sarcasmo y sinceridad del terminal un 25%.

En una de las esquinas de su visión apareció una chica con rastas luminosas y maquillada como la portada de un disco pop de los ochenta. Llevaba una mascarilla con leds que modificaban su expresión a intervalos regulares. A su lado, un chico saludaba con un atuendo similar, salvo que tenía la mitad de la cara y la boca ocultas tras una máscara formada a partir de diferentes componentes electrónicos.

—¡Hola! Justo estaba debatiendo con Niko sobre una cosa, verás —dijo Raquel antes de que Ylana pudiese abrir la boca—. Este dice que, si te puedes imaginar a una persona en el váter y aun así sigues sintiendo atracción, es que estás enamorada de verdad.

—Dije cagando —corrigió Niko.

—Porque tienes la delicadeza de un centollo, hijo. A mí me parece una idea asquerosa y además no tiene ningún sentido. Me pones delante a la capitana de Nuevo Vallecas Rollerblaze, y como si está comiéndose a un perro muerto, ¿sabes lo que te digo?

A Ylana le costó unos segundos reaccionar.

—Bueno, a mí creo que me pasa con el sexo —respondió por fin—. Si alguien me gusta de verdad no puedo imaginármelo follando.

—Qué mojigata eres a veces…

—¡Raquel! —dijo Niko, dándole un codazo.

—Me llamo Astrea, imbécil. Y ella sabe que se lo digo de broma, ¿verdad Ylana?

—No pienso llamarte así en la vida… —El comentario le ganó a Niko un codazo de vuelta.

—Me refiero —continuó Ylana, intentando hacerse un hueco en la conversación— a que quiero llegar a ese momento sin que haya pasado por el filtro de mi mente. Yo qué sé, poder vivirlo por primera vez sin ideas preconcebidas, desde la verdad.

—Pues lo que yo decía… En fin, ¿entrarás esta noche en el holoconcierto de Metatrón?

—No creo, aún tengo que terminar el diseño de un platelminto virtual que me está dando problemas y el ordenador cuántico para volcar la simulación solo tiene un par de horas libres esta semana.

—Si no desconectas un poco de ese curro de mierda, te vas a terminar consumiendo, tía.

Ylana asintió, ausente. Nunca conseguía convencer a Raquel de que aquel «curro de mierda» era el trabajo de su vida, y no tenía ganas de discutir.

—Oye, ¿a ustedes también les está dando problemas el Oni? No hay manera de que me deje volcar el REM de anoche.

—¿No te has enterado? ¡Colapso mundial de los servidores, tía! —exclamó Raquel, mientras un hongo nuclear se materializaba en su mascarilla—. Dicen que es un problema técnico, pero yo no me lo trago. Para mí que están actualizando la aplicación para colarnos anuncios en los sueños.

—Bien te gusta una buena conspiración… —murmuró Niko.

—Te lo digo en serio, ¿acaso tú te acuerdas de lo que soñaste anoche? —Las cejas levantadas de Niko le dieron la confirmación que necesitaba—. ¡Ajá! ¿Ves? Aquí está pasando alguna movida chunga que el gobierno no quiere que sepamos.

—Yo nunca me acuerdo de mis sueños, lista. Como sigas así vas a terminar como el tito-abuelo Benjamín, así que deja de flipar.

—¡Que te calles, imbécil!

Ylana se despidió de los dos hermanos, respiró hondo y se tomó la aspirina que le había dispensado su precavido terminal. Es verdad que Raquel podía ser un poco intensa a veces, pero no le faltaba razón, al menos en lo del problema técnico. El Onirodomum® subía una copia de seguridad a la nube y siempre había existido cierta controversia respecto al uso que la compañía le daba después a todos esos datos. No obstante, el proceso previo de volcado era offline y no tenía ningún sentido que le estuviese fallando a tanta gente al mismo tiempo.

—Chest, vuelve a marcar el número del servicio técnico del Oni.

—Algún día los humanos evolucionarán para nacer sin manos…

«En este momento todos nuestros asistentes…»

Ylana colgó la llamada con un pestañeo y aprovechó para ajustar los parámetros del terminal. Luego se dedicó a trabajar en la simulación del dichoso acelomado, pero no consiguió que sobreviviese más de unos pocos minutos en el nuevo ambiente virtual. Cuando el escozor en los ojos se hizo insoportable, se quitó los guantes hápticos, dándose por vencida.

 

***

Tras una semana de noches agitadas, el dolor de cabeza se había convertido en una constante. Ya ni se molestaba en estirar el brazo para recibir otro mensaje de error. En lugar de eso, volvió a cerrar los ojos, respiró hondo y trató de hacer memoria. Nada. No recordaba absolutamente nada de lo que había soñado. ¿Cuánto tiempo hacía que no recordaba un sueño?

Se levantó sin ánimo de meditar. Mientras desayunaba, realizó un rápido movimiento convexo con los ojos para desplegar el menú de streaming. En todos los canales aparecía el mismo mensaje gubernamental indicando que en breves instantes la presidenta del gobierno haría una comparecencia urgente.

Al momento apareció un atril vacío. Ylana amplió la imagen inmersiva para que ocupase todo su campo de visión.

La presidenta se acercó caminando por un lateral, mirando a su alrededor con una expresión extraña. A Ylana le parecía ligeramente desorientada, aunque puede que fuesen imaginaciones suyas. Cuando llegó al atril, la presidenta desbloqueó una pantalla táctil y comenzó a leer.

«Estimados conciudadanos, hace ya cincuenta y siete años, una terrible pandemia asoló el mundo, obligando a casi todos los países a decretar estados de emergencia que pararon la economía y supusieron un duro golpe sanitario y social. A raíz de aquel acontecimiento, muchas personas desarrollaron cierta aversión a su antigua vida y el trabajo telemático fue ganándole terreno a otras formas más tradicionales. Esto contribuyó a una enorme expansión y mejora de la tecnología y de nuevas formas de comunicación y de relacionarse con la realidad.

Como saben, con el tiempo esta nueva normalidad se ha generalizado en diferentes grados, desde el uso continuado de gafas VR o la adquisición de implantes corneales, hasta la absoluta desvinculación física del mundo que nos rodea, todos ellos recogidos en la nueva constitución. Por desgracia, esta desconexión progresiva de la realidad está teniendo consecuencias.

Hace una semana, la multinacional Medialuna Inc. emitió un comunicado en el que nos informaba de que sus dispositivos estaban comenzando a dejar de recibir información de los usuarios. Al principio pensaron que era un fallo técnico en los servidores, pero pronto se dieron cuenta de que el problema provenía directamente de los sistemas de emisión. Según la compañía, aquellos usuarios que disponían de uno de sus dispositivos de volcado onírico estaban comenzando a perder la facultad de soñar. Algo así, y cito textualmente, “como cuando nuestros abuelos dejaron de usar agendas para apuntar los teléfonos y empezaron a olvidarse de ellos”».

Ylana retrocedió, tanteando con la mano, hasta que encontró una banqueta en la que sentarse para no caer al suelo. «¿Acaso era posible dejar de soñar?». A pesar de la conmoción, se obligó a seguir escuchando a la presidenta.

«…una extraña variación del síndrome de Charcot-Wilbrand, cuyo origen aún no ha conseguido ser dirimido por los expertos. Si bien los pacientes con este síndrome no tienden a padecer un cuadro clínico grave, no conocemos los efectos que esta variación inducida pueda tener en la población a largo plazo, aunque estudios preliminares indican que podría tener efectos negativos en los procesos de aprendizaje, aparición de trastornos obsesivos e inhibición emocional.

Dado que entre un 65% y un 75% de la población ha optado por algún tipo de amplificación o evasión de la realidad, nos hemos visto obligados, siempre siguiendo estrictos criterios técnicos y científicos, a decretar el estado de alarma e iniciar una desescalada digital por fases que faciliten una incorporación progresiva a un ambiente más… analógico. Yo misma ya he iniciado la desactivación de mis implantes corneales y en el momento veo la realidad no-aumentada tal y como es».

Eso explicaba su desconcierto y su cara de asco, aunque intentase disimularlo.

«Durante los próximos tres meses procederemos a realizar una desconexión progresiva en cuatro fases, comenzando por quienes solo usan gafas VR de manera habitual, hasta quienes dependen de asistencia mecánica para su alimentación y funciones corporales. Todo este procedimiento tiene como objetivo garantizar un mayor contacto con la realidad analógica y las relaciones físicas, con la esperanza de volver a acostumbrar a nuestro cerebro a un entorno del que nos hemos desligado, y así volver a reactivar estos procesos sinápticos específicos.

Ahora les dejo con el director del Centro de Coordinación de Alertas, que procederá a pormenorizar los detalles y plazos del proceso, además de explicar la estrategia diseñada con el fin de revertir los casos más severos, que consistirá en una implantación de imágenes y experiencias directamente en el hipotálamo y la…»

Ylana pestañeó despacio, provocando involuntariamente que la presidenta desapareciese de su retina.

—Chest, por favor, actualiza los datos de desescalada y calcula cuánto tiempo tengo antes de que me… desconecten.

—Dado que tus implantes corneales son neonatales, pero sigues manteniendo tu autonomía funcional, dieciocho días contando a partir de ahora. En una semana recibirás en tu domicilio el pack de reinserción analógica para facilitar la transición.

Había hecho bien en reajustar los parámetros del terminal. No hubiese soportado uno de sus comentarios después de algo tan demoledor.

 

Los primeros días transcurrieron como en una nube, obsesionada con todo lo que estaba a punto de perder. Raquel y Niko se lo tomaron incluso peor, encerrados en una espiral de visionados y eventos virtuales antes de que desapareciesen. Hasta se encargaron de organizar una protesta online con la ayuda de un grupo de resistencia que defendía la libertad de encerrarse en su propia realidad.

La primera fase tampoco había reportado demasiadas complicaciones, aunque a los desconectados se les veía en las noticias vagando por las calles, sin saber muy bien qué hacer ni cómo relacionarse con las personas con las que se encontraban. Muchos ni siquiera se reconocían sin todos los accesorios e ítems virtuales de su avatar. Aquello hizo que mucha gente optase por la eutanasia voluntaria antes de verse obligados a regresar a lo analógico.

Ylana decidió aprovechar el tiempo y centrarse en su trabajo. Por fin consiguió resolver el problema de la simulación y obtener una proyección funcional y estable del dichoso platelminto, pero la satisfacción que le produjo no sirvió para paliar la angustia por lo que se le venía encima.

Una alerta en el centro de su visión le avisó de que alguien esperaba frente a su puerta. Cuando abrió, un chico muy majo, proyectado con el avatar de la compañía de correos y un holotraje de neón, le entregó una caja enorme tras identificarla a través de su nanochip intramuscular.

Dentro había un montón de trastos que no entendía y un pequeño libreto.

«GUÍA PARA LA REINSERCIÓN ANALÓGICA»

Al título le podrían haber dado una vuelta, la verdad.

Ylana comenzó a hojear las instrucciones y a familiarizarse con la nomenclatura, mientras lo sacaba todo. Crema solar para evitar la radiación a la que se habían desacostumbrado, un mono de tela para quienes renunciaron a vestirse con ropa real, pinturas y un lienzo para desarrollar la parte creativa, una libreta y un lápiz tradicional… cosas que no había utilizado en la vida y algunas otras que no sabía ni para qué servían.

Uno de los artículos le llamó poderosamente la atención. Era una pequeña caja ovalada con una pantalla táctil en la parte frontal, que su visor identificó de inmediato con un antiguo reproductor de música. Ylana se sentó delante de él con curiosidad y lo conectó, eligiendo algo al azar de entre la enorme base de datos. La disonancia cognitiva fue automática; le costaba acostumbrarse a que el sonido estuviese focalizado en ese trasto, en lugar de sentirlo directamente en su cerebro a través del implante coclear. Era casi tan raro como interesante.

Luego intentó utilizar el lápiz, pero no sabía ni cómo cogerlo y le resultaba muy complejo seguir los patrones de letras que su visor le marcaba en las hojas, aunque tenía que reconocer que la sensación de fricción estaba muy lograda.

Con la música sonando a su espalda, Ylana se enfrentó al lienzo en blanco. Eligió un patrón al azar y comenzó a seguirlo según las instrucciones. Pronto le cogió el gusto a mezclar las acuarelas para formar paisajes y figuras. Notaba una paz que no sentía en mucho tiempo.

 

La cuenta atrás en rojo que apareció en su visor al despertar, le devolvió a una realidad para la que no estaba preparada. Quedaban apenas veinticuatro horas para que el mundo que conocía se desvaneciese literalmente delante de sus ojos. Aquel día pintó con auténtico frenesí, obsesionada por exprimir hasta el final la agradable sensación de mezclar lo analógico y lo digital. Gastó todos los lienzos que venían en el kit, las hojas de la libreta, la propia caja. Y, cuando todo estaba cubierto de pintura, comenzó con las paredes. Quizás no estuviese tan mal la transición después de todo… A quién pretendía engañar, le aterraba lo que le deparaba el mañana y se había volcado en la acuarela para no pensar en nada más.

Aquella noche se acostó intranquila y estuvo una eternidad dando vueltas en la cama hasta que por fin se quedó dormida.

Cuando abrió los ojos se encontraba suspendida en una extraña ingravidez. A su alrededor, formas y colores se mezclaban de maneras imposibles, dando lugar a formas y colores más extraños todavía. Poco a poco fue descendiendo hasta tocar un suelo, que cedió ligeramente a su propio peso.

Paseó un rato por aquel entorno agradable y cálido, dejándose llevar por la mezcla de sentidos. Pero no iba sin rumbo; algo le tiraba en una dirección particular, de manera suave y cariñosa, pero ineludible.

Un segundo después, o un año —era imposible definir el tiempo en aquel espacio—, vio a lo lejos un montículo vibrante de color pizarra, que contrastaba con el entorno psicodélico. Al acercarse, se percató de que no era un montículo, sino una serie de figuras grises, tan desdibujadas, que se mezclaban las unas con las otras. Lo que fuese que tiraba de ella se encontraba en el centro de aquel extraño corro.

Cuando alargó el brazo para intentar abrirse paso entre la multitud, se dio cuenta de que ella también carecía de colores definidos. Justo en ese momento, vislumbró entre los cuerpos a una mujer que destacaba sobre todos los demás. Sujetaba el brazo de un anciano gris y parecía transferirle sus tonos arcoíris. El anciano abrió la boca en un grito sordo cuando la mujer tiró con fuerza para romper la conexión.

Ylana despertó sobresaltada del primer sueño que recordaba en años, en el mismo momento en el que terminó la cuenta atrás y su mundo se apagó.

Se levantó y caminó por el apartamento con pasos inseguros, aturdida por la falta de filtros de una realidad sin aumentar. Todo se veía demasiado nítido, se distinguían las imperfecciones, el suelo estaba más sucio, los trazos de los cuadros que le parecían sublimes el día anterior, ahora se notaban imperfectos, torpes, con unos colores inadecuados. También le sorprendió el gris desconchado de los trozos de pared que no había cubierto con su arte improvisado, de una textura que era incapaz de reconocer.

El recuerdo de aquella mujer multicolor seguía rebotando en su memoria y aún conservaba el impulso irrefrenable de encontrarla, así que se vistió con el mono de tela, se aplicó algo de crema en la cara y se dispuso a salir al exterior.

Cuando intentó abrir la puerta de la calle, el bloqueo magnético se lo impidió, a la vez que un indicador rojo en el panel de acceso comenzaba a parpadear.

—¿Trayecto y objetivo? —preguntó Chest cuando Ylana pasó el antebrazo por el sensor.

Ylana titubeó un instante, incapaz de responder a la pregunta. Llevaba años sin salir de su apartamento, sin enfrentarse a la verdadera realidad, sin preocuparse de trayectos y objetivos.

—¿Afuera? —fue la única respuesta que se le pasó por la cabeza.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @mixa.lp:
«Nunca recordaba un sueño…».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: Forever & Always – Zeph

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...