Conspiratio reticulata

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

Nueva entrega, y nuevo reto propuesto por mi amigo @josinhoyanes. Esta vez se superó a sí mismo con una premisa que solo podía salir de su cabecica: «…Los peces de mi pecera me miran, luego se reúnen y se ponen a decir cosas sobre mí…»

¿Qué podrá salir de ahí? ¿Te animas a descubrirlo?

Conspiratio reticulata

«Míralos, dando vueltas ahí, como si la cosa no fuese con ellos».

La cabeza de Benjamín se distorsionaba a través del cristal del acuario, iluminada de azul por su tenue resplandor. Si los cinco guppies que nadaban distraídos en el interior hubiesen tenido otro pantone, aquello podría haber pasado perfectamente por un capítulo de los Power Rangers.

—¿Qué tramáis, pezqueñines?

La pregunta quedó sin respuesta, como era de esperar, pero engañar a Benjamín no era tan sencillo. El confinamiento le había permitido dedicar más tiempo a observar la actitud de sus cinco compañeros de apartamento y lo que veía no le estaba gustando un pelo. Estaba convencido de que le miraban cuando estaba distraído y luego se reunían para decir cosas sobre él. Pero, ¿con qué propósito? Y más importante todavía, ¿eran cosas buenas o malas?

Benjamín dio un respingo cuando uno de los guppies le miró de frente.

—¡Lo sabía! —masculló entre dientes, mientras se paseaba nervioso por la habitación.

Llevaba años recopilando datos contrastados sobre los tejemanejes que se traía entre manos el gobierno, y sabía que algún día todo ese conocimiento le acabarían pasando factura. Que le hubiesen vetado la entrada en las oficinas del periódico local, en el ayuntamiento y en la heladería de la esquina no había hecho más que redoblar sus esfuerzos por arrojar luz sobre las sombras de la verdad.

Aquellos Poecilla reticulata le espiaban, eso era un hecho más allá de toda duda razonable. La cuestión era descubrir quién les enviaba y cómo transmitían los informes, aunque toda una vida destapando conspiraciones en su perfil de Fotolog hacía que esa lista no fuese precisamente corta. ¿Los ridículos provacunas? ¿Los chiflados de los terraglobistas? ¿El poderoso lobby de los heladeros?

Había demasiadas variables y demasiados factores a tener en cuenta. Necesitaba revisar todos sus datos.

Benjamín dejó de deambular por el salón y se acercó a un caballete tapado con una sábana. Con un gesto de mago bastante teatral para el gusto de cualquiera, descubrió un enorme corcho lleno de fotografías, recortes de periódicos y gráficos sujetos por chinchetas y unidos por cordeles de color rojo cliché.

—Veamos lo que tenemos por aquí…

Estaba claro que la cepa de coronavirus creada por ingeniería genética había sido liberada en un laboratorio secreto de Wuhan, en una operación conjunta entre EE. UU. y China.

Chincheta.

Además, era un hecho que la instalación de antenas con tecnología 5G radiactiva había contribuido al debilitamiento del sistema inmunitario en la región, potenciando la propagación del virus gracias a murciélagos mutantes.

Otra chincheta.

Esto quedaba confirmado por la ausencia de casos en África, donde —oh, qué casualidad— aún no se había implementado aquella tecnología del demonio.

Cordel rojo y dos chinchetas.

Todo era un plan perfectamente orquestado para recluir a la población en sus hogares y establecer las bases de un Gran Hermano a escala planetaria. Aún no sabía dónde encajaban las hormonas que inoculaban en el sorbete de mojito desde hacía años, pero solo era cuestión de tiempo encontrarle un lugar a aquella pieza.

Interrogante con chincheta.

Sin embargo, nada de eso era nuevo. Había recopilado y difundido gran cantidad de información al respecto desde antes de que comenzase la pandemia y, aunque tenía claro que le espiaban, nunca se habían tomado la molestia de una maniobra tan agresiva. ¿Qué había cambiado en los últimos días para que ahora decidiesen despertar a sus cinco agentes dormidos del proyecto MK Ultra?

Se le tenía que estar escapado algo, ¿pero el qué?

—Necesito pensar con claridad.

Benjamín sacó del congelador un tupper con helado casero de pistacho orgánico y se puso tres bolas en un cuenco, que aderezó con un chorrito de ginebra.

Mientras terminaba de prepararse el desayuno, algo le llamó la atención desde la televisión que tenía silenciada. En los titulares que corrían en la parte inferior de aquel noticiero manipulador —normalmente se informaba a través de medios alternativos, disidentes al régimen de la OMS y sus lacayos, pero le gustaba la novela de la mañana—, que le dejó más frío que el cuenco que sostenía entre las manos: hacía dos semanas que no se tenía noticia del paradero de Kim Jong-Un, líder supremo de Corea del Norte.

Todo el mundo sabía que Corea del Norte no era más que un campamento secreto de los reptilianos donde se estaban preparando para la gran ofensiva contra la raza humana, ayudados por los colaboracionistas soviéticos. Él llevaba semanas enganchado al Tetris. ¿Y de dónde era originariamente el videojuego?

—Rusia… —susurró Benjamín, tratando de ordenar sus pensamientos.

Mientras se giraba lentamente para mirar a la pecera, algo hizo clic en su cabeza. La tecnología 5G no solo era responsable de la propagación del virus y del cáncer por el mundo, sino que también era sabido que sus ondas podían utilizarse para potenciar el control mental a distancia. Aquellos cinco agentes soviéticos estaban utilizando su Game Boy como repetidor de ondas para controlar sus pensamientos. La única solución posible.

Tres golpes rápidos en la entrada hicieron que el helado terminase derramado por el suelo. Benjamín, presa de la ansiedad, se acercó sigilosamente a la puerta, cerrándose la bata de guatiné.

Tres golpes más que casi le producen un infarto.

Benjamín movió la mirilla rápidamente, previendo un posible disparo con silenciador y, cuando este no se produjo, acercó el ojo.

Al otro lado, alguien enfundado en un casco de moto.

—Malditos chivatos —farfulló, echándole un rápido vistazo a los espías—. Tengo que poner en marcha el plan de contingencia.

Benjamín se fue alejando de la puerta y se acercó a su ordenador, junto al que tenía un gran baúl.

Al otro lado, el tipo se levantó la visera con precaución y comprobó de nuevo la dirección.

—Mierda, aquí no es, joder —bufó—. Como sea otra coña de criajos, te juro que les pego un tiro.

Frustrado, volvió a bajarse la visera, recogió la enorme mochila cuadrada con las entregas que había dejado en el suelo, y se alejó por el pasillo.

Benjamín encendió el ordenador y empezó a formatear todos sus datos. Cuando el proceso de borrado se puso en marcha, introdujo cuatro ceros en el candado del baúl y lo abrió con la torpeza del pánico en los dedos.

Un guppy observaba todo aquel proceso con ojos de pescado.

—¿Qué miras? —preguntó otro, acercándose con curiosidad.

—Yo qué sé… a este mongolo.

—¿Qué tripa se le ha roto ahora?

—Ahí está, rebuscando mierdas en el baúl. Lleva días mirándonos muy raro.

—A lo mejor es como Troy McClure…

—¡No me jodas!

—Estoy de coña, macho. Una cosa es ser un puto loco y otra que te guste darle besitos a los salmonetes. Va, vamos a mirar las burbujas del buzo, que son unas risas.

—Vale, pero no olvides que luego tenemos que enviar el reporte semanal.

Mientras se alejaban, la figura distorsionada de Benjamín rezongaba al otro lado del cristal. «Y me llamaban loco», decía, con un gorro de aluminio en la cabeza y un dispensador de caramelos PEZ entre las manos.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @josinhoyanes:
«…Los peces de mi pecera me miran, luego se reúnen y se ponen a decir cosas sobre mí…».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: Conspirancy – Paramore

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...