Tras el colapso

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

¿Qué pasaría si se produjese una masiva «desaparición de insectos en el planeta»? Esta premisa, propuesta por @nestor_perez, supuso todo un reto de investigación y reflexión que culminó, como no podía ser de otra manera, en esta distopía dramática con una sorpresa final y una clara referencia.

¿Te animas a descubrirla?

Tras el colapso

Una esclusa a ras de suelo se abrió con un chirrido desagradable, producto del poco uso y el nulo mantenimiento. Aquella era la primera expedición que se organizaba desde que se tenían registros.

Tres figuras encorvadas emergieron del agujero, vestidas con trajes de contención adaptados al exoesqueleto que les permitían moverse en la superficie. La falta de una nutrición adecuada y la deficiencia de oligoelementos esenciales había reducido la especie humana a una mera carcasa a la que se le daba demasiado bien sobrevivir.

Alrededor, todo era un páramo pestilente y yermo hasta donde alcanzaba la vista. Una planicie infinita y ondulante solo rota por algún extraño promontorio corroído, cuyo propósito original llevaba muchos siglos olvidado.

La que parecía la líder les hizo indicaciones a los otros dos para que conectasen los sistemas de comunicación del casco.

—Grad, Jup, ¿me recibís?

—Alto y claro, Nova —dijo Grad, entusiasmado.

Jup se limitó a levantar un pulgar.

—Está bien, Grad. ¿Hacia dónde?

Grad sacó un papel desgastado y sucio de uno de los bolsillos laterales y lo consultó. Por un lado, tenía dibujos de artilugios que jamás había visto, aunque gran parte del papel estaba roto, sobre todo en la parte superior. Al darle la vuelta, le mostró una especie de mapa con algunas indicaciones extrañas y puntos de referencia. Todo era un auténtico galimatías.

—Por allí —dijo, señalando el paisaje homogéneo, tras mirar hacia arriba y orientarse gracias al pequeño punto luminoso que se intuía entre la bruma.

Nova era incapaz de entender aquella grafía y tampoco le veía sentido a descifrar lo que una antigua civilización extinta tuviese que decir. Sin embargo, Grad formaba parte de la Orden de Los Estudiosos. Tenía toda una colección de baratijas, trastos y hojas de los viejos tiempos como aquella, que se negaba a usar de combustible. Las había ido recogiendo en los conductos y las pocas ciudades-estación que consiguieron mantenerse en pie tras El Colapso. Algunas le habían costado una auténtica fortuna en cucarachas maceradas. Sea como fuere, gracias a eso consiguió convencer al Consejo-estación de que aquella expedición era de vital importancia para el futuro de la especie. Nova estaba acostumbrada a acatar órdenes, así que no hizo más preguntas.

La expedición se puso en marcha, cargando con las herramientas, el oxígeno y la papilla sintética necesarios para ir y volver de donde fuese que el loco Grad quería llevarlos.

Caminaron durante varias jornadas, dejando tras de sí las huellas de sus botas en un terreno blando y pestilente. Residuos orgánicos que se habían ido acumulando por estratos. Testigos momificados de una vida anterior que hacían el ambiente irrespirable.

No avanzaban demasiado debido a la fragilidad de sus cuerpos y a que tenían que recargar las baterías cada día con los conversores bacterianos diseñados por los ingenieros. Se alimentaban de aquellos residuos, sí, pero aún eran terriblemente ineficientes.

Un silencio sobrevolaba entre los tres, tan incómodo y pesado como el escenario que les rodeaba. Grad no dejaba de consultar el extraño mapa y hacer de vez en cuando correcciones en el rumbo.

—Espero que esta travesía tuya merezca la pena, profe. —Nova solo lo dijo por escuchar algo de ruido en la inmensa soledad, pero fue suficiente para encender la chispa de Grad.

—Estoy convencido, Nov. —La excitación de Grad se mezclaba con los jadeos por el esfuerzo a través de los auriculares, aunque el ciclo apenas acababa de empezar—. Según indica la leyenda, Munacna, la diosa de la vida y el conocimiento, formaba parte de la tríada sagrada de Los Antiguos. Era la mayor de los tres grandes dioses que sostenían las creencias de la antigua civilización, junto a Anca, el dios dorado y Nuesber, el bufón.

Nova se percató de que Jup desconectaba discretamente el intercomunicador a medida que se adelantaba, pero no se lo tuvo muy en cuenta. Siempre se sentía incómodo cuando Grad empezaba con aquellas clases magistrales.

—Se decía que la codicia de Anca era legendaria —prosiguió Grad—. Para él, Los Antiguos eran instrumentos con los que obtener riquezas y poder, y por eso no entendía que Munacna les regalase sus dones solo a cambio de respeto; era lo único que les pedía. Pero además sabía que la fuerza de los dioses radicaba en la fe de sus creyentes, y esa dependencia a Los Antiguos le hacía odiarlos tanto como los necesitaba. Un día, Anca descubrió que las piruetas de Nuesber ejercían cierto influjo narcótico entre Los Antiguos y decidió utilizarlo en su favor. Con mentiras y falsas promesas, les atrajeron durante generaciones, sumiéndolos en un extraño sueño. Cada vez les dedicaban menos tiempo a los dones de Munacna y más al humo hipnótico que Anca y Nuesber les ofrecían. Con el tiempo, llegaron a desconfiar de las intenciones de la diosa y de su mera existencia, lo que la debilitaba cada vez más.

—Parece que Los Antiguos eran tan adictos a escapar de la realidad, como el viejo Poe a los hongos de los conductos.

—Algo así… —Nova sabía que esas simplificaciones ponían de los nervios a Grad, pero le encantaba sacarle de sus casillas—. Lo que no sabían Los Antiguos, era que Munacna era la encargada de sostener la red que mantenía a salvo el equilibrio. Cuando la red estuvo demasiado débil, el equilibrio se rompió. Fue como una reacción en cadena silenciosa que ocurrió de la noche a la mañana. A aquella transición crítica se la llamó El Colapso.

—Esos no son más que cuentos de viejas para asustar a los niños.

La voz de Jup les pilló desprevenidos. Se había dado la vuelta y ahora les encaraba con la mandíbula tensa. Casi se podía escuchar el rechinar de sus dientes carcomidos a través del intercomunicador.

—Jup, relájate —dijo Nova levantando los brazos con un gesto conciliador— solo charlábamos para pasar el rato.

—¿Que me relaje? Estamos en medio de ninguna parte, respirando mierda y siguiendo las fantasías de unos fanáticos. Por su culpa hemos tenido que plantar el culo en el supramundo, Nov. ¿Y tú quieres que me relaje?

Nova llevó la mano lentamente hacia los electrodos que tenía enganchados a su cinturón. Ese leve gesto bastó para que Jup destensase la mandíbula.

—¡Bah! Aquí arriba no hay nada. Ni siquiera sé por qué alguien querría vivir en este estercolero… —Jup se dio la vuelta y siguió caminando en un silencio solo roto por el chapoteo de sus botas.

Cuando montaron el campamento para hacer noche, la tensión seguía en el ambiente. Grad se acercó para ayudar a Nova a rellenar los conversores con aquella masa viscosa, para que completasen el ciclo durante la oscuridad.

—Siento lo de antes, Nov. Sé que esta es una misión peligrosa y a veces me dejo llevar demasiado por mi… efusividad. Mañana le pediré disculpas —dijo Grad, echándole un rápido vistazo al exoesqueleto de Jup, que ya estaba en posición de descanso.

—No se lo tengas en cuenta, aunque creo que tiene parte de razón, Grad. ¿Quién querría vivir en el supramundo? Aquí no hay nada de lo que alimentarse, ni aire, ni siquiera el calor residual de los túneles.

Grad asintió con una tristeza que no era capaz de comprender del todo.

—Hubo un tiempo en el que el supramundo era simplemente el mundo, Nov, un lugar lleno de vida. En él habitaban todo tipo de criaturas, desde animales enormes como tubos de estación, hasta algunos capaces de mantenerse suspendidos sin tocar el suelo. Pero los más importantes eran los que pasaban desapercibidos. Estaban dotados de un exoesqueleto como el nuestro, pero les crecía de manera natural, y se alimentaban de toda esta cosa asquerosa, haciéndola desaparecer.

—¿Como las cucarachas? —preguntó Nova, mirando el terreno fangoso con una mueca de asco.

—Sí, pero diferente. La variedad era enorme y cada una tenía una misión dictada por Munacna. Estaban las que se alimentaban de desechos, sí. Pero también había unas encargadas de ayudar a que las plantas se reprodujesen, pasando su fluido multiplicador de unas a otras a lo largo de extensiones infinitas. Lo que pasa que en lugar de líquido era sólido.

—¿Plan…tas?

—Eran como los hongos de Poe, pero gigantes y comestibles y podían sacar comida de la luz. Además, servían de alimento para muchas criaturas, incluidos nosotros. Otras, más grandes, se comían a las anteriores. A esas también nos las comíamos. Era como una cadena perfectamente organizada. El problema es que las plantas necesitaban a esos diminutos bichos para sobrevivir y sin ellos, la cadena se rompió inevitablemente.

—¿Qué les pasó? —Nova tuvo que acordarse de pestañear un par de veces mientras escuchaba.

—La avaricia de Anca —musitó Grad—. Los Antiguos acumulaban riquezas para ofrecérsela a aquella bestia insaciable que se había convertido en su nuevo dios, a costa de envenenar a los hijos favoritos de Munacna. Dejaron de respetarla, engañados por los encantamientos de Nuesber. Envenenaron el agua, envenenaron la tierra y sus actos les hicieron desaparecer. Las crónicas cuentan que hubo un momento en el que Los Antiguos fueron conscientes del dolor que le estaban causando a su antigua diosa. Un punto de inflexión en el que estuvieron a punto de romper el embrujo de Anca, cuando una terrible enfermedad les mantuvo recluidos, poniéndoles frente al espejo de sus propios actos. Sin embargo, Anca era más listo y utilizó toda su magia para hacerles olvidar.

—¿Cómo demonios sabes todas esas cosas?

Grad sacó de la mochila un montón de sus papeles y se los pasó a Nova. Unos eran grises y llenos de imágenes desgastadas y de aquella maldita grafía que Nova no entendía. Otros estaban pegados por uno de los bordes. En sus páginas, junto a un montón de esquemas indescifrables para ella, había dibujos de todas aquellas criaturas de las que había hablado Grad.

Nova sacudió la cabeza y se los devolvió.

—Dime que no nos estamos jugando la vida por algo que bien podría haber salido de la imaginación de un cuentacuentos.

—¿Crees que no pensamos lo mismo? Lo poco que conseguí descifrar me produjo pesadillas una buena temporada. Asumí que eran fábulas y lo dejé correr …hasta que encontramos esto.

Grad le mostró entonces un frasco enmohecido, en cuyo interior flotaba algo oscuro en un líquido marrón. Cuando lo iluminó con la linterna, descubrió una criatura similar a una cucaracha, pero completamente diferente. Era más redonda, de un brillante color dorado, aproximadamente del tamaño de dos veces una chapa, con unas manchas muy oscuras, una cerca de la punta posterior y una segunda, algo más alargada, en el otro extremo. Nova no había visto algo tan hermoso en toda su vida.

—Según las grafías, esto se llama escarabajo —dijo Grad—. Y el mapa que encontré junto a él, indica la localización de la tríada sagrada. Las Cuatro Columnas de Anca. El Coliseo de Nuesber y el modesto Templo de Munacna. En este último estoy convencido de que dio cobijo a sus últimos vástagos. Allí encontraremos la manera de devolverles la vida, ahora que hemos roto el influjo de los dioses.

La aparición del punto luminoso del cielo, pilló a Nova sin poder coger el sueño, incapaz de asimilar todo lo que Grad le había contado, pero se obligó a poner en marcha el campamento. Al mirar alrededor, le vio sentado frente a Jup, que sostenía el frasco del escarabajo, con los ojos como platos.

Todo cambió a partir de entonces. Las cosas se calmaron y la armonía reinó en la expedición. A menudo, Nova pillaba a Jup asediando a preguntas a Grad, que las respondía con la paciencia de un maestro y la ilusión de un aprendiz.

Al amanecer del octavo ciclo, se encontraron con una ladera un poco más pronunciada, que les costó gran parte de la jornada superar.

Cuando llegaron a la cima, lo que vieron al otro lado les dejó sin el poco aliento que les quedaba. Frente a ellos se alzaban unas extrañas formas que surgían del lodo, alineadas con el valle que se abría más allá.

Grad echó a correr hacia ellas con el penoso ritmo que le permitía el traje y su cuerpo marchito. Nova nunca había visto a nadie andar tan rápido.

—Las cuatro columnas de Anca… —murmuró Jup, boquiabierto.

Las construcciones eran mucho más anchas que altas y todas diferentes entre sí, aunque de su antiguo esplendor solo quedaban esqueletos herrumbrosos. La primera tenía forma de ojo, vista desde arriba; la siguiente, presentaba un techo inclinado e imperfecto, como un puñal que atravesaba el suelo desde abajo; la tercera se podría asemejar a un triángulo ovalado que albergaba un hexágono perfecto en su interior, y la última era una enorme puerta, a través de la cual se intuía el valle, atravesado por el arco que el punto luminoso formaba de izquierda a derecha a lo largo de cada ciclo.

Al acercarse a los límites de las estructuras, los tres exploradores se dieron cuenta de que en realidad estaban huecas por dentro. En su interior, la oscuridad se extendía inabarcable hacia las profundidades de la tierra.

—Antes de que las engullese la podredumbre, debieron tener una altura monstruosa —alcanzó a decir Jup, que no salía de su asombro.

—Ahora solo son las ruinas de una civilización que nos obligó a meternos bajo tierra. —Las sombrías palabras de Nova cayeron como una losa sobre sus compañeros—. No nos dejaremos engañar de nuevo por el veneno de Anca.

—Si cruzamos la puerta de la cuarta torre y no nos desviamos de los márgenes del valle —dijo Grad consultando el mapa—, pasaremos junto al Coliseo de Nuesber antes de que el punto luminoso esté en lo alto. Aproximadamente dos mil ochocientos pasos más adelante alcanzaremos nuestro destino.

—Pues en marcha, aquí ya no queda nada para nosotros. —respondió Nova, dando por zanjada la conversación.

El valle se convertía rápidamente en una profunda garganta, seguramente debido a milenios de erosión producida por el agua tóxica que corría en el fondo de su vaguada. Casi se podía notar la humedad pestilente a través de las máscaras de los trajes, a medida que avanzaban por el desfiladero.

Apenas se detuvieron cuando pasaron junto al lago fétido bajo el cual, según los cálculos de Grad, debió erigirse el magnífico Coliseo de Nuesber. Las reservas se agotaban rápidamente y no debían perder de vista su objetivo si querían sobrevivir. Grad cada vez estaba más abstraído, y lo único que transmitía a través del sistema de comunicación, era un murmullo constante que Nova descifró como una cuenta progresiva.

El punto luminoso ya no se veía cuando Grad se detuvo en seco y miró a su alrededor. Se había alejado un poco del borde de la garganta. Allí no había absolutamente nada.

—Debería estar aquí —dijo Grad.

—¿Estás seguro? —Nova no quería malgastar recursos y empezaba a perder la paciencia. La espera se hizo interminable mientras Grad volvía a repetir los cálculos.

—Sin duda —dijo por fin, agachándose para hundir la mano en la masa orgánica solidificada—. El templo de Munacna está justo debajo de nuestros pies.

Jup empezó a sacar el material a una señal de Nova y los tres comenzaron con la ardua labor de abrir y apuntalar un agujero.

Tardaron tres días más, casi sin descanso, en topar con algo diferente a aquella masa infecta. Era una especie de roca laminada y superpuesta, corroída por el tiempo y la podredumbre. Aquello era imposible de atravesar con las herramientas de que disponían.

—¿Qué hacemos ahora, Nov? —dijo Jup.

Los ánimos y las fuerzas empezaban a flaquear. Nova miró al punto luminoso que se intuía sobre sus cabezas y maldijo el lodo que les llegaba hasta las rodillas en aquel profundo hoyo.

—No hemos llegado hasta aquí para darnos la vuelta con las manos vacías. —La tozudez de Nova era casi tan legendaria como la avaricia de Anca.

Continuaron excavando, ampliando las paredes para bordear aquella roca del demonio. Tras horas de trabajo, descubrieron que la estructura tenía forma semiesférica y descansaba sobre otra semiesfera aún mayor. Entre ambas encontraron unos huecos enrejados que pudieron abrir con cierta facilidad gracias a los exotrajes. El trabajo casi los mata de cansancio, pero la sensación de triunfo cuando lanzaron los cables trenzados hacia la oscuridad del otro lado bien lo merecía.

—Esto no tiene pinta de templo —dijo Jup cuando descendió y tocó el suelo.

—¿Acaso has visto algún templo en tu vida, Jup? —El tono de Nova era burlón, pero tampoco parecía demasiado convencida, mientras iluminaba la cúpula por la que habían descendido.

Cuando Grad volvió a sacar el mapa y lo desplegó, Nova se dio cuenta de que en realidad no solo tenía dos caras, sino que estaba doblado en tres partes. Dentro había otro mapa contorneado y dividido en diferentes secciones de colores.

Caminaron con cuidado, siguiendo las indicaciones de Grad. El sedimento viscoso se había ido filtrando con el tiempo y hacía difícil el avance.

Al entrar en una de las grandes salas, Nova echó rápidamente mano a los electrodos y Grad ahogó un grito a través del intercomunicador. Frente a ellos se erigía un enorme monstruo gris, con un tentáculo que salía de su cabeza, flanqueado por dos dientes alargados y gigantes.

—Espera, Nov. —Jup detuvo a Nova antes de que friese a la criatura, que no parecía haber reaccionado en absoluto. Luego, se acercó con cautela.

—¿Está viva? —preguntó Grad desde atrás.

—Creo que no es real.

Nova pareció aliviada, pero la expresión de Grad se ensombreció cuando la mano de Jup se hundió en la piel del animal con facilidad. Dentro solo había un armazón podrido del que salieron una nube de cucarachas, molestas por la interrupción.

—No puede ser… —maldijo Grad, que desapareció a paso penoso por los pasillos del edificio.

Nova y Jup le siguieron a duras penas, alucinando por las maravillas que se encontraban a cada paso. Jamás habían contemplado semejante variedad de criaturas de todo tipo. Muchas eran representaciones igual de falsas que aquel monstruo, de otras solo quedaban los huesos, pero algunas estaban conservadas en tarros parecidos al de Grad. También había dibujos de paisajes imposibles. A Nova le costaba respirar ante tanta información. Jup, por su parte, había descubierto una habitación repleta de instrumentos mecánicos que no comprendía pero que le fascinaban de una manera prodigiosa.

—¡Grad, tus grafías no mentían! ¡Hemos encontrado el Templo de Munacna! —exclamó Nova, cuando por fin alcanzó a su compañero—. ¿No es alucinante?

Grad estaba de rodillas, cabizbajo. Frente a él se abría una sala repleta de paneles donde se exponían, ordenados, una infinidad de escarabajos y otras criaturas con miles de formas y colores diferentes. Todas estaban atravesadas por finos estiletes que las mantenían fijas en cada una de las superficies.

—¿Qué te pasa, Grad?

—Hemos fracasado, Nov —consiguió articular Grad—. Pensé que encontraríamos la cuna de la vida, pero aquí solo hay polvo y muerte.

—Esto demuestra que sí que existieron todas estas criaturas y nuestros antepasados convivieron con ellas, las estudiaron. Tal vez conocer mejor el pasado nos ayude a mejorar el futuro, Grad. Ten un poco de fe.

Grad soltó una risa histérica ante lo irónico de sus palabras, lo que hizo que Nova diese un paso hacia detrás.

—¿Ves algún rastro de los dioses por aquí? —La voz de Grad era casi una súplica desesperada—. Todo lo que interpreté era mentira… ¿Cómo pudimos estar tan ciegos?

Nova prefirió dejar a Grad un rato a solas con sus pensamientos, mientras ayudaba a Jup a recopilar y catalogar el material.

Lo que no entendía Nova era que, si no existían tales dioses, tampoco existían los engaños de Anca, ni el baile narcótico de Nuesber, ni la magia. Y sin magia no había posibilidad de redención. Los Antiguos, sus ancestros, eran los únicos responsables de la aniquilación del mundo, a pesar de todo aquel conocimiento. ¿Cómo iban a ser ellos mejores?

Grad dejó caer los brazos, abatido, y lloró en silencio. De su mano, resbaló el mapa arrugado que les había guiado hasta allí.

En una de las esquinas inferiores aún se distinguía el nombre desgastado de aquella diosa inexistente.

Tríptico de MUNACNA

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @nestor_perez:
«Desaparición de insectos en el planeta».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: Apocalypse – Cigarettes after sex

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...