Match vale tarde que nunca

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

 

Como ocurre siempre en este tipo de proyectos participativos, nunca faltan los «troles» que buscan hacer la gracia con alguna frasecilla fuera de tono. Pero yo no me amilano fácilmente, y con la premisa «Cómemela sin prisa» (buscando la rima y todo, vaya crack), propuesta por un amigo que quiere mantener el anonimato —porque ahora es un señor serio y padre de familia, ejem, ejem—, no iba a ser menos.

Así que recogí el guante y quise darle la vuelta a la troleada y convertirla en un relato con mensaje. Menos mal que solo cayó una de estas, ja, ja, ja, ja.

¡Espero que la disfrutes tanto como yo troleando al troleador!

Match vale tarde que nunca

El restaurante estaba desierto, solo una pareja sentada en la esquina opuesta y un tipo con unas copas de más en la barra. Aunque ya hubiesen superado la pandemia, la gente aún mantenía cierta cuarentena en su cabeza. Desde luego, ya nada volvería a ser como antes.

Davinia se retocó el maquillaje discretamente, sentada al fondo del local, en un lugar discreto. Por experiencia sabía que así se solían sentir más cómodos.

La puerta se abrió arrastrando una brisa fría y a un tipo nervioso. Pantalón vaquero, americana y camisa de botones más abierta de lo necesario, mostrando una cadena cubierta parcialmente por una frondosa barba.

Cuando la vio, se acercó tímidamente.

—¿Davinia? Perdona el retraso, pero estaba imposible aparcar. El de la hora, digo, que el otro me viene de serie.

«Chiste inapropiado y excusa de otro tiempo. Empezamos bien».

—Parecías más joven en la foto de perfil…

—No quiero que sepan cómo soy de maduro, teniendo niñas y eso.

—Pero vas provocando con esa barba. Si te la quitases aparentarías mucho menos.

—Si me la quitase parecería aún más retrasado, incluso.

«No sigas por ahí, machote».

—¿Quieres tomar algo?

—Por favor.

Tras la segunda copa, cuando los nervios se templaron, el tipo resultó ser bastante divertido. Se notaba que no estaba acostumbrado a este tipo de cosas, pero tenía un arsenal de anécdotas prácticamente inagotable. Además, estaba cuadrado como un azulejo y eso, para Davinia, era un punto a su favor.

Hacía fresco cuando salieron y el tipo le puso su chaqueta por encima de los hombros. Davinia no pudo evitar sonreír ante lo ridículo de la situación.

—¿Dónde tienes el coche?

La pregunta, no por menos esperada, le pilló menos desprevenido.

—Aquí detrás —respondió el tipo, carraspeando.

El todoterreno estaba situado bajo un frondoso árbol, en la zona más remota de un solitario descampado.

«Imposible aparcar, mis cojones».

Los minutos pasaron interminables, con los dos sentados en la oscuridad, mirando al frente.

—Eres muy guapa, ¿sabes?

—Gracias. —Algo torpe, pero bastante tierno.

—Oye, si lo prefieres, me han dicho que hay unos clubes clandestinos bastante agradables. Creo que hay uno en la plaza mayor, cerca de aquí. A lo mejor te sientes más cómoda si…

—¿Es tu primera vez?

—¿Tanto se nota?

—Bueno, una ya tiene callo, querido —dijo Davinia mientras se subía la falda—. Como eres novato, te voy a dar un consejo…

Cuando Davinia se bajó las bragas, un enorme miembro asomó entre sus piernas. Aquello era como una anaconda en un zoológico.

—…cómemela sin prisa, y así disfrutaremos los dos mucho más de la experiencia.

El tipo no podía apartar la vista del aparato en cuestión, como dudando de cómo acometer semejante obra de ingeniería. Por fin, decidió calentar la mandíbula, humedecerse los labios e inclinarse hacia el asiento del acompañante. Justo en ese momento, una linterna le cegó a través de la ventana, mientras otra persona golpeaba con los nudillos su ventana.

El tipo se envaró, nervioso, al tiempo que Davinia volvía a subirse las bragas y acomodarse el paquete.

Los nudillos enguantados picaron otra vez en la ventana.

El tipo bajó la ventanilla y un agente de policía le dio las buenas noches.

—Esto no es lo que parece —alcanzó a decir el tipo.

—A papá gorila con plátanos verdes, no, caballero. —contestó el policía, mirando alrededor. Aquel era el único coche que había en todo el descampado—. El DNI y los papeles del coche, por favor.

El tipo cogió la documentación de la guantera, mirando a Davinia con cara de circunstancias. Esta le devolvió una sonrisa sincera y comprensiva.

El policía revisó los papeles y el carnet minuciosamente.

—Oiga, señor agente, le aseguro que solo estábamos charlando. No estábamos haciendo nada malo…

El tipo se interrumpió cuando el agente se inclinó, metiendo la cabeza en el interior del coche.

—Lo que usted haga o deje de hacer con la señorita no es asunto mío, caballero. Qué tal, Davi, ¿cómo estás?

—Pues ahora un poquito peor, qué quieres que te diga —respondió Davinia haciéndole un gesto cómplice.

—El problema es —continuó el policía ignorando el comentario— que la letra de su DNI no corresponde con las autorizadas para abandonar el domicilio durante esta semana del mes. ¿Se puede saber qué hace usted fuera de casa?

—Verá, es que mi mujer y yo tenemos la misma letra, y así es imposible…

—¡Acabáramos! ¿Has oído esto, Andrés? Que lo de las medidas de contención para evitar otra pandemia le vienen regular al señorito.

El haz de luz tembló cuando el otro agente, invisible tras el foco, trataba de contener la risa.

—Anda Davi, baja del coche, que me da que esto va para largo.

Davinia se bajó del todoterreno y se acercó al policía.

—Que sepas que me has jodido un plan cojonudo, querido. Esto se merece una cena para compensar, por lo menos —le susurro cuando pasaba a su lado.

—Me parece que aquí el que se ha quedado con hambre es este. Anda, circula. Luego te llamo.

Mientras Davinia se alejaba del descampado, aún oía las pobres excusas del tipo, mientras el agente le iba rellenando la receta.

Era curioso cómo la pandemia había relativizado las cosas. Cuando la sociedad fue consciente de que la «regulación» de la libertad iba a convertirse en una constante, el resto de tabúes se fueron volviendo cada vez más laxos. Paradójicamente, aquella privación necesaria de libertad, había relegado asuntos como la xenofobia, el racismo, la homofobia o la transfobia a un segundo plano, casi sin darse cuenta. La gente estaba tan necesitada de contacto humano, que cualquier tipo de discriminación parecía casi un acto de ostracismo.

Davinia comenzó a mascar sin ganas un chicle de nicotina. Notó una vibración dentro del bolso, así que sacó el móvil y comprobó los mensajes. Otro match a 300 metros de allí. Parecía mono.

Al final la noche no iba a ser una completa pérdida de tiempo, después de todo…

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de señor anónimo:
«Cómemela sin prisa».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: We Exist – Arcade Fire

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...