Sex Party
Fernando D. Umpiérrez el 23 de mayo de 2022
Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.
El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.
Este fue un verdadero reto y uno de los más subidos de tono: durante la cuarentena comenzaron a brotar noticias de personas que se conocían en Tinder y quedaban en la cola del supermercado para conocerse, encuentros clandestinos, quedadas furtivas… Estaba claro que todos tenemos ciertas necesidades difíciles de cubrir cuando estamos aislados y cuando no, ya sean físicas o emocionales. La premisa «Sex Party», propuesta por @Ana_vilar, es reflejo de esas necesidades y de ahí surge este relato.
¿Te atreves a descubrir qué es lo que cuenta?
Sex Party
—¿Seguro que es aquí?
Los soportales que rodeaban la plaza desierta acotaban una nobleza vetusta de otra época.
Amanda se ajustó la gabardina para protegerse del perenne frío al que ya se había acostumbrado.
—Tranquila, el contacto es de fiar —le susurró la voz de Guille desde un auricular—. Voy a echar un vistazo.
Una figura apareció entre la penumbra, diez columnas más allá, y se dirigió a una puerta antigua situada en el otro extremo.
No le apasionaba la idea de quebrantar la ley, pero en un estado de excepción que se había vuelto norma, la ética tendía a ser cada vez más relajada. Un año y medio de cuarentena y aislamiento social era demasiado tiempo hasta para el más asceta.
Un minuto después, la cabeza de Guille resurgió en la oscuridad y le hizo gestos para que se acercase. Amanda se quitó los zapatos de tacón para evitar ecos delatores y se deslizó al abrigo de la luna nueva.
Cuando llegó a donde estaba Guille, un portero trajeado les miraba inquisitivo a través de una rendija abierta entre el portón y su máscara quirúrgica. Solo cambió el gesto cuando leyó las letras doradas en la invitación que le dio Guille: «Huitaca Party».
—Eh, eh, eh, distancia de seguridad, por favor, que a mí solo me pagan por cuidar la puerta —dijo el gorila cuando les dejó pasar—. Primera puerta, subiendo las escaleras.
Era una casa grande y antigua como la plaza, con paredes forradas de caoba a media altura y cuadros con pipas antiguas y escenas bucólicas. Un solícito botones recogió sus abrigos, mascarillas FPP2 y guantes de látex para dejarlos en el guardarropa. Casi parecería un elegante club social de los cincuenta, de no ser por los grupos de personas que se entremezclaban abrazados en diferentes puntos de la sala.
—Creo que ha sido un error venir…
—Tranquila, Amanda. Todo es perfectamente seguro —la tranquilizó Guille—. Nos vemos al amanecer.
Ambos se despidieron con un «Wuhan Shake», casi más por costumbre que por necesidad, y Guille se perdió entre la multitud.
El lugar estaba separado en veinte ambientes basados en las necesidades y gustos de los reunidos.
El primer nivel, con varias mesas circulares, rebosaba de quienes echaban de menos charlar en compañía. El olor de tapas recién hechas impregnaba la atmósfera, y el bullicio era patente, al menos todo lo patente que permitía la clandestinidad.
El segundo y el tercero eran de saludos afectivos, plagado de ejecutivos estrechándose la mano y asintiendo cordialmente, o viejos conocidos dándose dos besos, mientras que los seis siguientes subían la apuesta a los abrazos, desde los de «te acabo de conocer, pero soy muy cariñoso», hasta los abrazos infinitos en el andén de una estación. A partir de ahí, la progresión era creciente en intensidad e intercambio de fluidos.
Amanda se sentó en la barra y pidió su cuarta copa de coraje bien cargada. Al otro lado de la sala, Guille se abrazaba con ternura a una señora mayor. Hacía mucho tiempo que su rostro no reflejaba tanta paz.
—¿Tu primera vez?
—¿Disculpa?
Un chico de aspecto desgarbado y barba de tres días se había materializado junto a Amanda, con una cerveza en la mano.
—Digo que si también es tu primera vez.
Su gran envergadura contrastaba con el tímido tono de su voz. Y, mientras asentía, Amanda decidió que aquello tenía su puntito.
—Llevamos tanto tiempo a dos metros de distancia, que nos hemos olvidado del contacto social. Supongo que es cuestión de ir poco a poco.
—Ah, no te confundas, si a mí la gente me da un poco de asco en general. Pero me muero por echar un polvo.
Ver al osito atragantarse con la birra ya valía todo el riesgo que corría al meterse en aquel club clandestino.
—¿Te apetece un nivel trece? —Antes de que el chico fuese capaz de reaccionar, Amanda le cogió de la mano y tiró de él hacia una de las salas más profundas.
Las luces eran tenues en aquella sala individual. Amanda se tumbó en la cama y cerró los ojos, notando el suave tacto de las sábanas a través de su vestido verde de amapolas.
Unas manos temblorosas acariciaron sus tobillos, mientras sus pies se liberaban de los tacones por segunda vez aquella noche. Los dedos subieron por las pantorrillas, casi pidiendo permiso. Explorando su piel sin prisas. Como un ciego leyendo una novela de Cervantes.
Amanda dejó escapar un suspiro, más liberando la tensión que presa del placer, al tiempo que los dedos del pianista subían por la escala.
Sus muslos se separaron, ofreciéndose a los veinte hábiles ladrones de aquel Alí-Babá, que tiraron de sus bragas con deseo.
Cuando por fin notó humedad contra humedad, la lujuria hizo acto de presencia y Amanda abandonó todo su cuerpo a la minuciosa exploración de sus secretos. Las uñas de una mano se clavaban ávidamente en el colchón, mientras con la otra se aferraba a los cabellos del muchacho, enterrándola en los pliegues de su sexo.
El mundo entero se desdibujó a su alrededor, reduciendo a un suspiro, los meses de encierro, pandemia y soledad.
Fue entonces cuando Amanda se dejó llevar por la pasión, obviando todo lo demás. Deseando que la respiración entrecortada del chaval fuese fruto de la presión excesiva de sus muslos; que el calor que sentía entre las piernas se debiese a la pasión, y que fuese su flujo chorreante el motivo de la tos seca que escuchaba.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
A partir de la premisa de @Ana_vilar:
«Sex Party».
«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.
Banda Sonora Opcional: Closer – Nine Inch Nails
- Categoría: Esto lo contamos entre todos, Relatos cortos
- Etiqueta: Amor, clandestino, contacto, erotismo, Microrrelato, placer, sex, sexo
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...