Retrato de una aprensión

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

 

En esta ocasión partía de la premisa «hombre que no quiere reconocer que está paranoico», propuesta por @Maria.castilloarmas

Puede que en la atmósfera de incertidumbre que se vivió durante los primeros días, a más de uno y de una se le fuese la mano con la hipocondría, aunque para algunos esto venía ya de antes ¿Te suena de algo?

Retrato de una aprensión

El corazón se me acelera al ritmo de las imágenes que se suceden en la televisión. Los sonidos del bar se han ido amortiguando poco a poco. Una gota de sudor resbala por mi sien.

—Psé, esto del coronavirus es otro invento del gobierno para tenernos controlados.

Apenas escucho los comentarios del tipo que está acodado en la barra junto a mí. Con la capa de grasa que le cubre la cara, bien podría ser inmune a explosiones nucleares, como las cucarachas.

Sabía que tenía razón, y la prueba está delante de mis ojos. Por fin se ha decretado el estado de excepción tras semanas de confinamiento intermitente; toda actividad laboral queda paralizada y no tendré que volver a la oficina. Las precauciones que he tomado a lo largo de mi vida por fin servirán para algo. Y me llamaban loco.

Resuenan las monedas del cambio cuando el camarero deja el platillo junto a los restos de mi desayuno. Saco mi nebulizador desinfectante y rocío el dinero de manera rutinaria. Verás la cara que pone Alicia cuando se lo cuente.

En el metro, de camino a casa, observo a todos aquellos pobres infelices tocando barras, asientos y hasta los unos a los otros. «¿Cómo pueden vivir así?», me pregunto mientras pongo en práctica mis clases online de Pilates, manteniendo un equilibrio perfecto, con mis manos enfundadas en látex, metidas en los bolsillos. Esta gente no tiene ni idea de lo que se nos viene encima, pero yo pienso ser el altavoz de la verdad. En cuanto llegue a casa le escribiré a mi amigo Pedro para que me ponga al día. Hace años que no sé de él, pero me parece recordar que estaba trabajando para la NASA, algo tiene que saber.

—¡Cariño! —Mi alegría se convierte en extrañeza cuando me enfrento a un fortín de cajas de cartón donde antes estaba el recibidor. Sobre ellas, una nota con la pulcra caligrafía de Alicia:

No puedo aguantarlo más. Necesito alguien que me vea como algo más que un objeto a esterilizar. Volveré a por el resto de mis cosas cuando haya terminado el aislamiento.

Te quiere, a pesar de todo, Alicia.

Esto es ridículo, ¿a quién se le ocurre meter un montón de cajas de cartón en casa con la que está cayendo? El egoísmo de la gente nunca dejará de sorprenderme.

Tras dejar los zapatos sobre la esponjilla higienizante, saco de un armario mi antigua y fiel vaporeta y limpio a conciencia todas las cajas, arrinconándolas cuidadosamente con el pie.

Ya he perdido demasiado tiempo en tonterías y tengo que actualizar el protocolo con las últimas recomendaciones de la OMS para la situación actual.

Mientras hago un pedido extra de mascarillas y gel desinfectante por Amazon, tengo tiempo para meditar sobre la inconsciencia del ser humano. Muchos se saltarán el toque de queda para hacerse famosos con algún reto viral y hay quienes, como mi amigo el aceitoso, seguirán negando la evidencia hasta dentro de la UCI.

El ser humano se extinguirá a manos de su propia estupidez, no por culpa de un patógeno.

El timbre de la entrada me devuelve a la realidad; debe ser Alicia.

Al abrir la puerta, un chico joven me saluda. A sus pies, varios contenedores de plástico apilados; ya no me acordaba de que había hecho la compra desde el móvil.

Actúo rápido, frenándole antes de que arrastre las cajas al interior.

—¿Te importa descargarlo en el rellano?

—¿Quieres que descargue toda la compra en la puerta?

Asiento sin entender el sentido de aquella pregunta.

Ejecuta su tarea con prisas y mala cara; otro que seguro que se saltará el toque de queda para hacer botellón con sus colegas.

Cuando se ha marchado comienzo a meter la compra dentro, y me doy cuenta de que quizás es poca comida para un confinamiento tan largo. Seguramente tendré que tirar de «Delivery» hacia el final la cuarentena, siempre con las debidas precauciones.

Mierda, el repartidor me ha chafado los huevos con las prisas. El egoísmo de la gente nunca dejará de sorprenderme.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @Maria.castilloarmas:
«Hombre que no quiere reconocer que está paranoico».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: Paranoid Android – Radiohead

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...