A treinta segundos de Marte

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

La pandemia dio para muchísimos memes y anécdotas, desde disparatadas, hasta completamente desquiciantes. Una de ellas, que quizás pasó un poco desapercibida, fue la que creo que motivó la premisa propuesta por @gabriel_garcia_fv: «un tipo que vuelve de su retiro espiritual en la montaña y se encuentra todo el panorama de la pandemia».

¿Os suena de algo? En este relato encontrarás algunas pistas, ¡así que no pierdas detalle!

A Treinta Segundos de Marte

El panorama era desolador. Calles abandonadas a su suerte, animales paseando libremente…

«¿Tanto tiempo llevo fuera?», pensó. «¿Aún me dura el efecto de aquellas hierbas psicotrópicas?», se preguntó también, tras creer reconocer la cola de un Tyranosaurus rex girando una esquina.

Aquello no tenía ningún sentido. Apenas había pasado dos semanas en aquel retiro espiritual y al volver se encontraba con una ciudad fantasma.

«Debo ser el elegido», concluyó. «Pero, ¿por qué yo y no otra persona?». Al parecer, aquel tipo tendía a hacerse muchas preguntas. Y a la egolatría, un poquito también.

Si aquello era el fin del mundo, necesitaba pertrecharse con algún tipo de armamento defensivo, solo por si acaso. Miró alrededor, hasta fijarse en un precioso, aunque algo descascarillado chifonier, tirado junto a un contenedor. Quizás podría arrancarle una de las patas.

Sin meditarlo un instante, aquel tipo larguirucho, al que llamaremos Jairo, se afanó con el mueble como si la vida misma le fuese en ello. La secuencia siguiente fue un premonitorio «¡Crac!», un ridículo agitar de brazos a modo de molinete, un golpe seco y una maldición.

En el suelo yacía Jaime, con la frente sangrando y una pata de madera en la mano, cuando una bota negra le dio unos toques autoritarios.

—¿Qué hace usted aquí? —dijo el propietario de la bota.

Estudio el tiempo, ya sabes, eso que hace que no pasen todas las cosas a la vez —respondió Jairo, un poco aturdido.

—¿Me está usted vacilando?

Jairo miró hacia arriba. Sobre él se inclinaba una mole ataviada con un casco y una máscara quirúrgica.

Jairo le tendió la mano pidiendo ayuda para incorporarse, pero el hombre se limitó a dar dos pasos hacia atrás.

¿Morirías por mí?

El bombero —porque era un bombero, aunque el mal viaje de aquel fulano le llevase a pensar cualquier otra cosa— se bajó la mascarilla con cara de lástima.

—Caballero, no puede estar aquí sin la debida autorización, por favor, despeje la zona.

No, no, no. Eso es demasiado fácil… ¿Vivirías por mí? —Lo de prestar atención a las conversaciones no era el fuerte de Jairo.

El bombero respiró hondo y miró alrededor.

—Mira, amigo, sé que la peña está aburrida y que esto es un jaleo, pero hay que respetar la situación de cuarentena, haz el favor de soltar el palito y tirar para tu casa si no quieres que llame a los agentes.

Jairo se incorporó con la pata del chifonier en ristre, haciendo que el bombero se alejase un poco más.

—¡Así que trataba de eso todo el tiempo! ¡Tú lo que quieres es robarme el arma!

Jairo se abalanzó sobre el bombero, que le sacaba tres cabezas de bisonte, golpeándole en la pierna sin apenas inmutarle.

—¿Pero qué haces, subnormal? ¡Agente!

Te gusta el dolor. El dolor te recuerda que la alegría que sentías era real. Pero no conoces el verdadero dolor todavía. ¡Aprenderás!

Dos pares de manos asieron por detrás a Jairo, impidiendo que siguiese con aquel lamentable espectáculo.

—¡Dejadme! ¡Quería destrozar algo hermoso!

Entre los dos agentes y el bombero redujeron de nuevo a Jairo, que seguía profiriendo estupideces sin sentido.

«¡La civilización ha dado saltos con trabajadores desechables!», decía, o «¡Te he estado buscando, vaquero!», completamente fuera de sí, mientras le metían dentro del furgón de policía.

Daba toda la impresión de que aquel viaje de ayahuasca que le había llevado poco menos que a treinta segundos de Marte, le saldría más caro de lo que esperaba.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @gabriel_garcia_fv:
«Un tipo que vuelve de su retiro espiritual en la montaña y se encuentra todo el panorama de la pandemia».

Ilustración original de Raúl Díez Umpiérrez.

Banda Sonora Opcional: This is War – Thirty Seconds To Mars

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...