Pasados perdidos entre tinta y celulosa

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

 

La memoria, el olvido, el poner la vista atrás anhelando las oportunidades perdidas que ya no volverán pero que siempre se recuerdan. Esas son algunas de las ideas que me evocó la premisa de @Cristinareinadesign, que era la siguiente: «Los pasados perdidos están por todas partes».

¿Te animas a descubrir qué es lo que cuenta?

Pasados perdidos entre tinta y celulosa

Paseaba entre la multitud, distraída, dejándose envolver por el olor de páginas antiguas mezclado con el aroma a tinta fresca.

Los puestos de libros nuevos y de ocasión se sucedían en una fila interminable a lo largo de aquella rambla cargada de encanto y de recuerdos.

San Jordi era su día favorito del mundo mundial y lo esperaba con la ilusión de una chiquilla. Pero es que, además, aquel San Jordi iba a ser muy especial. Por eso se había puesto su maravilloso vestido color aguamarina, con el que siempre se sentía igual que Julie Andrews en Sonrisas y Lágrimas.

Se acercó a uno de los puestos y acarició lentamente las portadas. Era como sentir la arena deslizarse entre los dedos, tumbada bajo el sol de un cálido verano.

Justo en el centro de la caseta, un abanico de estilográficas antiguas se extendía frente a ella. El repertorio iba desde piezas engarzadas con piedras más bonitas que preciosas, hasta una adorable pluma de ganso a la que se le había encastrado un plumín de oro repujado. Cogió aquella última con delicadeza, casi con veneración. Siempre había querido tener una pluma estilográfica. Le encantaba el sonido que hacía al deslizarse por el papel.

—¿Se le ofrece algo, jovencita?

El orondo librero le sonreía tras su enorme filtro de sopas. Casi parecía sacado de una postal de recuerdo de los Alpes Tiroleses.

Nuria devolvió la pluma a su lugar tímidamente. Por mucho que desease aquella maravilla, sabía que no podía permitírsela.

—Solo estoy mirando, gracias.

—Si necesitas cualquier cosa, ya sabes dónde encontrarme. —Las palabras se filtraban de forma muy graciosa a través de aquel mostacho oscilante que impedía ver su boca.

Nuria continuó deambulando sin prisa por los ejemplares de la mesa, soñando con las historias que escondían, o jugando a adivinarlas nada más que por la imagen de la portada.

Sus ojos se posaron en un ejemplar desgastado por el tiempo y el uso. Daba la impresión de que su antiguo propietario lo hubiese leído con auténtica obsesión. Al examinarlo, se dio cuenta de que portada, lomo y contraportada estaban vacíos, sin título, foto o descripción que ayudase a intuir lo que albergaba en su interior.

—Ese es un libro muy especial. —El librero había aparecido justo antes de que a Nuria le diese tiempo a abrirlo—. ¿Me permites?

Nuria le cedió el ejemplar, que las manos enguantadas del librero sujetaron con gesto profesional.

—Verás, este pequeñín de aquí tiene la capacidad de albergar todos los pasados perdidos de quien elige como dueño.

Nuria le miró con gesto escéptico, pero no dijo nada por respeto, aunque se sabía de memoria aquel tipo de lisonjas.

—El único problema —continuó el librero— es que solo funciona si se entrega como un regalo sincero y desinteresado. Si te lo doy, debes de prometerme que nunca lo venderás o harás negocio con él, o de lo contrario esos recuerdos se desperdigarán como un diente de león en una ventisca.

—¿Me lo regalaría usted?

Su rostro pasó en un momento de la suspicacia a la incredulidad, para terminar, iluminándose con agradecimiento cuando el hombre le tendió el libro con una sonrisa en la mirada.

—Siempre que te grabes a fuego lo que te acabo de decir; recuperar los pasados perdidos es una empresa complicada.

—Descuide, tengo un candidato perfecto para él.

—¿Un novio zalamero, quizás?

—Ojalá, algún día…—Nuria notaba cómo se le subían los colores de inmediato—. ¿Es médico, sabe? Ahora está en medio de esta horrible guerra que nos ha tocado en suerte, pero justo hoy le dan permiso y hemos quedado en encontrarnos en la feria.

—Sin duda, este sería un inmejorable regalo de bienvenida —dijo el hombre, asintiendo con gravedad.

—¡Gracias!

Nuria apenas podía esperar para abrir aquella joya, así que se sentó en el primer banco que encontró, justo delante de la caseta, mientras el librero la observaba con satisfacción.

Al abrir el libro, Nuria vio con estupor cómo, en las páginas, vacías al principio, comenzaron a surgir letras que fueron formando palabras y luego párrafos enteros, hasta que todas las hojas estuvieron plagadas de pequeños cuentos de fantasía. Pero, a medida que las hojeaba, se percató con asombro de que conocía perfectamente los relatos, pues contaban momentos muy concretos de la historia de su vida. Unos eran de un pasado que apenas recordaba, otros de un presente cristalino y había incluso algunos que estaba segura de no haber vivido nunca, aunque de alguna manera resonaban levemente en su memoria.

—Sabe que la feria está cerrada, ¿verdad?

Cuando alzó la vista, aún aturdida por lo que acaba de presenciar, el librero ya no estaba. No solo eso, sino que todos los puestos de libros, revistas y recuerdos habían desaparecido como por arte de magia. A su lado, un hombre con un uniforme extraño le miraba interrogante, desde detrás de una mascarilla que le cubría toda la cara.

—¿Cómo dice?

—Digo que la feria no se va a celebrar este año, por lo de la pandemia. ¿Se puede saber qué hace ahí sentada?

En el ceño de Nuria se fueron formando, poco a poco, unas arrugas de preocupación que se unieron a los profundos surcos que poblaban sus facciones, producto del tiempo y la experiencia.

—¿Daniel, eres tú?

—No se preocupe, señora. Dígame, ¿cómo se llama?

El policía la sujetó del brazo con cuidado para ayudarla a levantarse, al tiempo que echaba mano a una radio que llevaba enganchada en su solapa.

Mientras se alejaban por la rambla desierta, el viento fue pasando las hojas del álbum que había quedado abandonado en el asiento, mostrando fotos antiguas de épocas diversas. En la última, una joven Nuria sonreía frente a una caseta de librero, agarrada del brazo de un apuesto chico vestido de uniforme.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @cristinareinadesign:
«Los pasados perdidos están por todas partes».

Ilustración original de Raúl Díez Umpiérrez.

Banda Sonora Opcional: Books Written For Girls – Camera Obscura

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...