Cerebro caprichoso
Fernando D. Umpiérrez el 23 de julio de 2019
Resulta extraño lo caprichoso que es el cerebro humano, con sus sinapsis y sus neurotransmisores, capaces de las cosas más maravillosas y, en ocasiones, completamente inexplicables.
Es capaz de hacernos llegar a la luna, literal y figuradamente, y a la vez convencernos de que todo fue un montaje del gobierno americano; obligarnos a escuchar colores, paladear sonidos o ser responsable de que confundamos a nuestra mujer con un sombrero. De una manera que siempre me parecerá ciencia ficción, puede recordar perfectamente cada detalle de la casa de un amigo de la infancia, pero borrar de nuestra memoria lo que desayunamos ayer por la mañana.
El cerebro es un órgano increíble y caprichoso, pero alcanza su máximo potencial cuando se confabula con el corazón. Junto a él puede hacer que te despiertes una mañana recordando, sin motivo aparente, cada antiguo nudo en la garganta. Que sientas cada cicatriz de antiguas puñaladas y la opresión de cada espina clavada aún en el centro de tu pecho.
Mano a mano, estos dos compañeros de aventuras ejercen de ventrílocuo y titiritero de todos tus sentidos, convenciéndote de frases inexistentes susurradas al oído durante una noche etílica y nebulosa, haciendo de la soledad una realidad palpable y dolorosa, impregnándote el paladar de palabras nunca dichas que se agrían en tu boca y se extienden, cuando tragas, a lo largo de todo tu carácter.
Ambos son perfectos agentes del caos disfrutando al ver arder tu mundo interior; lenguas de serpiente que te susurran viejas discusiones y te lanzan a rebuscar entre ajenos corazones electrónicos que no hacen más que corroborar tu viaje hacia el olvido.
Su labor llega a ser casi quirúrgica cuando se proponen grabarte a fuego los detalles dolorosos con una elocuencia lacerante, revivir y tirar de cada herida que creías ya cerrada hasta desgarrar las cicatrices de tu alma, liberando una infinidad de preguntas sin respuesta que se derraman por el precipicio de tus ojos como los demonios desatados por Pandora.
Perdones diluidos en olvidos imposibles. Recuerdos polvorientos empeñados en ocupar un precioso espacio en el desván de tu memoria con cada mudanza material e inmaterial, con cada cambio de piel, con cada desprendimiento obligatorio de nuestro duro exoesqueleto de emociones.
Pero también son capaces de encontrar en una mirada esquiva la cizalla que reviente las cadenas que te lastran. Contar mil cuentos sanadores, ya sean historias verídicas o bucólicas fábulas con hadas de ensueño. Cualquier cosa con tal de huir del dolor que luego se empeñan en hacerte revivir.
Porque el cerebro es un órgano increíble y caprichoso que, cuando se alía con el corazón, puede formar un tándem tan letal como el del ángel y el demonio, capaz de acompañarte en un paseo por las nubes o de hacerte descender a los infiernos.
Una reflexión de Fernando D. Umpiérrez
Banda Sonora Opcional: Chemicals – Gregory Alan Isakov
- Categoría: Pensamientos cotidianos
- Etiqueta: cerebro, memoria, reflexion, relaciones, sentimientos, tiempo
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...