Per Aspera ad Astra
Fernando D. Umpiérrez el 31 de agosto de 2022
Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.
El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.
Con esta premisa propuesta por @agus.shg; «Cara oculta de la luna, coronavirus e invasión extraterrestre», comienza la recta final de esta antología. Diez últimos relatos que pondrán el broche final a este universo de locura, drama, comedia y reflexión. Con esta alocada historia se empieza a vislumbrar cómo se van interconectando todas las historias.
¿Te animas a descubrirlo?
Per Aspera ad Astra
El almirante miró a cada uno de los oficiales que rodeaban la mesa ovalada de aquella extraña sala de juntas, deteniéndose en sus caras de determinación. Estaba orgulloso de todos y cada uno de ellos. Luego, se atusó las plumas con el pico antes de comenzar.
—Señores —dijo, empleando solo unas pocas entonaciones de cuac, de las diecisiete millones que componían su lenguaje—, nuestro día ha llegado. Han pasado cincuenta y siete años terrestres desde el episodio más oscuro de nuestra historia reciente.
Un murmullo de pesadumbre se escuchó en la sala.
—Sé que esa herida aún no ha cicatrizado, pero hemos trabajado duro para recuperar la confianza de nuestros congéneres y vengar la desaparición de nuestro compañero [Nombre impronunciable en la fonética humana al que simplemente llamaremos Cuac B.], del que jamás volvimos a saber, como de tantos otros que murieron en el olvido y la soledad de granjas y estanques para turistas.
Subestimar a sus enemigos había sido su principal error. Bueno, ese y el momento escogido para la invasión.
La última incursión moderna había pasado completamente desapercibida, al coincidir con una época de total confinamiento con la que el ser humano pretendía combatir una pandemia global. Por ese motivo no pudieron establecer contacto con la que, inexplicablemente, seguía siendo la especie dominante en el planeta, a pesar de ser la cuarta más inteligente, según los cánones universales.
Aquella raza no manejaba bien los tiempos.
Cuando por fin los humanos se dieron cuenta de su presencia y se produjo el ansiado enfrentamiento, este no tuvo el resultado deseado. Al principio el combate fue feroz, pero, para su desgracia, no duró demasiado tiempo. Su principal arma había sido la de crear una falsa apariencia de seguridad que les permitiese infiltrarse y destruirlos desde dentro. Tal vez fueron excesivamente eficientes en esa tarea; emplear todo su I+D en parecer inofensivos y olvidarse del desarrollo de armamento y estrategias de sometimiento parecía, a priori, una mala estrategia en lo que a invasiones planetarias se refiere.
Los que no se convirtieron en el nuevo plato de moda de restaurantes franceses, fueron denigrados a mascotas y atracciones de feria, algo que jamás perdonarían. Pero habían aprendido la lección. Vaya que si la habían aprendido.
El almirante se acercó dando cómicos saltitos hasta el enorme ventanal que daba a la profunda cuenca de Aitken, situada en la cara oculta de la Luna. Sus ingenieros llevaban más de cincuenta años extrayendo el raro metal de aquel cráter y, frente a él, estaba el resultado de aquella empresa faraónica.
Perfectamente alineada y preparada para la batalla, se extendía la mayor flota que había conocido la galaxia, equipada con los últimos avances en armamento, camuflaje y ofensiva letal. El tiempo de pasar desapercibidos había terminado.
—Su contrapropaganda ya nos hizo suficiente daño con Howard y Gilito, pero nuestro honor jamás volverá a ser aplastado como un mosquito cuántico en el parabrisas de una nave interestelar —parpó el almirante—. La espera ha sido larga, pero por fin ha terminado. Los humanos no han aprendido de sus errores y vuelven a estar sumidos en la decadencia. Golpeados por otra pandemia que les obliga a encerrarse en sus hogares. Pero esta vez no pasaremos inadvertidos. Esta vez nos verán llegar y temerán nuestra ira. ¡Partid ahora, hacia la victoria!
La arenga hizo que todos comenzasen a graznar al unísono, levantando el pico como si tragasen después de sorber de un bebedero.
La verdad es que eran graciosísimos.
A una orden del alto mando, centenares de palmípedos galácticos salieron en filas ordenadas, armados hasta los picos y equipados con cascos ovalados y trajes espaciales. Las naves fueron despegando una a una, abandonando su escondite. Destructores, cazas, bombarderos, …Daba gusto ver aquella flota en apretada formación en cuña.
Los escuadrones se situaron unos junto a otros, formando una malla mortífera, y orbitaron hasta situarse entre la Tierra y la Luna.
La estática resonó en todos los sistemas de comunicación cuando el almirante abrió el micrófono desde la nave insignia.
—¡Mis queridos compatriotas! El tiempo de los lamentos está llegando a su fin. Nuestro glorioso y admirable ejército veterano, orgulloso, portador del estandarte de nuestro pueblo, marcha hacia la batalla de nuestras vidas. Si consideráis mi trabajo como justo, si creéis que me he comprometido en estos años con vosotros, que he utilizado mi tiempo decentemente en el servicio de mi pueblo, denme su voto ahora. Si la respuesta es sí, entonces apuesten por mí, como yo aposté por vosotros. ¡Larga vida a nuestro pueblo y a nuestro Re-
El memorable discurso quedó completamente silenciado cuando la trayectoria del asteroide OR2 1998 pasó sin previo aviso entre la Tierra y su satélite, golpeando de lleno al grueso de la flota, que quedó aplastada como un mosquito cuántico en el parabrisas de una nave interestelar.
Definitivamente, aquella raza no manejaba nada bien los tiempos.
El asteroide ovalado, de unos cuatro kilómetros de diámetro, pasó junto a la Estación Internacional, donde un cadáver momificado flotaba apaciblemente en el interior. Casi podían escucharse, en el silencio del vacío, los acordes en bucle de una conocida canción de pop psicodélico de los setenta.
Pero, lejos de acelerar por la atracción gravitacional, el astro fue reduciendo su velocidad progresivamente hasta casi detenerse.
Cuando por fin se paró, justo antes de alcanzar la termosfera, las pantallas de la Tierra comenzaron a reproducir en bucle una serie de intrincados diagramas matemáticos, parámetros del Sistema Solar y esquemas biológicos y de anatomía humana.
Al mismo tiempo, en todas las emisoras del planeta se empezó a escuchar, también en bucle, el mensaje latín «Per aspera ad astra» en código morse.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
A partir de la premisa de @agus.shg:
«Cara oculta de la luna, coronavirus e invasión extraterrestre».
«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.
Banda Sonora Opcional: Aliens Exist – Blink-182
- Categoría: Esto lo contamos entre todos, Relatos cortos
- Etiqueta: Ciencia Ficción, Humor, invasión, ornitorrinco, patos
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...