Entre acordes y recuerdos

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

En esta ocasión, la premisa de @Dou_galloway, «Un balcón, una guitarra, autoanálisis», dejaba entrever el estado mental en el que muchos nos encontrábamos. Como el relato anterior, este inspira a la reflexión a través de la música.

¿Cómo serían nuestras personalidades si las tradujésemos a estilos musicales?

Entre acordes y recuerdos

El petricor impregnaba sus fosas nasales mientras observaba el vecindario a través de la cortina natural de las gotas al caer. La lluvia se había convertido en una agradable constante desde que la humanidad se viese obligada a encerrarse para frenar a la pandemia. Era como haber despertado al fin siendo el elegido. Dichosa pastilla roja.

Frente a él se abrían toda una colección de momentos personales. Mirillas con forma de balcones le permitían asomarse a relaciones ajenas, que cobraban vida propia cuando salía cada tarde a tocar con su guitarra.

Pulsó las primeras notas de aquella canción con la que había aprendido a tocar en parques ya lejanos, pero que siempre le hacía recorrer una escalera de recuerdos hasta casi tocar el cielo. Inmediatamente, algunas bombillas se encendieron en la fachada, fieles a la llamada de su particular guitarrista de Hamelin.

A lo largo de la cuarentena había identificado, poco a poco, qué luces se encendían con cada canción. Si en el tercero A y el quinto B acudían raudas a baladas de rock clásico, las de los bajos sentían predilección por el grunge más underground. Algunas bombillas despertaban del letargo con ese funk evocador de pasiones veraniegas, y otras titilaban al ritmo pesado y nostálgico del blues. Las del ático, por el contrario, se encendían siempre con el virtuosismo de acordes progresivos.

Pero sentir las cuerdas bajo los dedos, en la soledad de su balcón, también encendía su propia hilera de bombillas. Algunas llevaban demasiado tiempo fundidas, resonando con acordes de Otis Redding. Otras estaban apagadas, pero mantenían el calor y la añoranza melancólica del indie y el shoegaze. Incluso había alguna que era como una lámpara de Schrodinger; a veces parecía brillar como un amanecer, y otras veces pensaba que la luz había sido solo un sueño adolescente. Estas últimas eran tan misteriosas como eclécticas, pero sonaban con tal nitidez que se podía escuchar el rasgar del microsurco con la aguja.

Con aquellas chiribitas en el fondo de los ojos comenzó a rasguear el estribillo para su fiel público diario, decidido a viajar lejos de aquel confinamiento, aunque fuese navegando entre acordes y recuerdos.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @Dou_galloway:
«Un balcón, una guitarra, autoanálisis».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: No Rain – Blind Melon

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...