La tentación vive enfrente
Fernando D. Umpiérrez el 6 de abril de 2022
Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.
El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.
Ni que decir tiene que el confinamiento cogió a muchos con el pie cambiado y dio lugar a muchas escenas inusuales, especialmente en esos pequeños biomas en los que se convirtieron los descansillos de la escalera. Con este relato construido a partir de la premisa «Dos desconocidos encerrados en cuarentena», propuesta por @Susanahaya, quise hablar de todo ello de una manera un poco peculiar.
¿Te animas a descubrir cómo?
La tentación vive enfrente
Clara se sentía tan preocupada por las últimas noticias sobre la cuarentena, que aquel día no estaba de humor para la sesión, aunque de ello dependiese pagar el alquiler. Tampoco es que le importase no poder salir; al fin y al cabo, curraba desde casa y la peña iba a tener mucho tiempo libre. Eso siempre iba bien para el negocio.
Sin embargo, la situación había llegado a tal punto, que seguramente anunciarían el estado de excepción en pocas horas. Las cifras de muertos e infectados no hacían más que subir como la espuma y la gente seguía sin hacer ni puto caso a lo de quedarse en casa. Era algo que le ponía de los nervios.
Un ruido en el descansillo interrumpe sus pensamientos, así que se acerca a la mirilla con tal de distraerse. Y ahí estaba; su vecino nuevo. Desde que se mudó apenas se habían cruzado un par de veces, pero siempre les seguían mariposas por debajo del estómago. No era precisamente un adonis, pero tenía un o qué sé que qué sé yo que la tenía obsesionada. Quizás fuese aquella sonrisa que se contagiaba a su mirada. O su aire misterioso. Algo tenía que tener para que le pusiese cachonda hasta con aquel pijama viejo con el que bajaba a tirar la basura.
Suspiro. «Clara, déjalo, hija mía. Si al final no le dirás nada, como siempre». Vaya ironía. Negación.
Huyendo del cosquilleo, Clara se sienta frente a su escritorio, con su batín de seda y se dispone a encender el ordenador, como cada mañana desde que había empezado todo aquello.
Un nuevo ruido en el rellano, debía estar subiendo ya. Otra miradita no iba a hacerle daño.
Su nuevo vecino está hablando con un señor mayor, no escucha bien lo que dicen, pero el hombre tose demasiado. Y, entonces, se desploma.
Clara baja la mirada hacia su batín estampado. «Oh, mierda, no puedo salir así, qué hago, qué hago». Su vecino nuevo decide por ella, aporreando la puerta insistentemente. Va a tener que abrir. Simplemente cojonudo.
—Hey, ¿qué pasa? —El vecino nuevo la mira unos segundos antes de responder. «¿Con curiosidad? ¿Lascivia? Asco, seguro que es con asco. ¡Joder, Clara, no es el momento!».
—No lo sé, se ha desplomado de repente. ¿Puedes llamar a una ambulancia?
—Será mejor que te alejes de él. Por lo del virus, digo.
El vecino nuevo da un respingo y se levanta como un resorte.
—Tienes razón, estaba demasiado preocupado en ayudarle. Está inconsciente, pero parece que respira.
«Dios, es que lo empotraba».
—¿El teléfono?
—¡Perdón!
A Clara casi se le cae de los nervios al intentar llamar a emergencias. Cuando por fin responden, les cuenta los síntomas y les da la dirección como puede.
—¿Crees que se pondrá bien? —le pregunta al vecino nuevo.
—Espero que sí.
La ambulancia tarda más de lo habitual, pero cuando llega aquello parece un capítulo de C.S.I. Trajes de protección biológica, equipo de contención y toda la parafernalia. Examinan al pobre hombre y le hacen uno de esos test rápidos que casi no le hacen a nadie.
Uñas mordidas. Incertidumbre. Positivo. Mierda.
—Vamos a trasladar al paciente al hospital, pero vosotros habéis estado en contacto directo. Tendréis que confinaros al menos quince días, por precaución. Espero que hayáis hecho la compra —dice uno de los sanitarios—. No sois pacientes de riesgo, tranquilos.
El sonido amortiguado por el traje da de todo menos tranquilidad.
Tal como han venido se van. Dejando a Clara y su batín junto al vecino nuevo que, de repente, abre los ojos como platos y comienza a palparse el pijama.
—¿Qué pasa?
—Las llaves. Con las prisas bajé sin llaves y se me ha cerrado la puerta.
El vecino nuevo la mira, con cara de circunstancias y esa sonrisa tímida en los ojos.
—Sé que apenas nos conocemos y te estoy pidiendo demasiado…
—Claro, no hay problema, en mi casa hay sitio. Aún guardo ropa de mi ex, si necesitas cambiarte.
«Clara, contente, por dios bendito».
Clara entra a trompicones en su diminuto piso, seguida de su nuevo vecino. Con las prisas se había olvidado de la sesión. «Mierda, JO-DER».
Sobre el escritorio, toda una suerte de artilugios, consoladores, máscaras y arneses rodean un portátil, en el que la sesión de una conocida página de webcams espera pacientemente a ser iniciada.
El vecino nuevo se acerca al escritorio con curiosidad.
—Disculpa, es que no esperaba visita…
—¿Te ganas la vida con esto? —pregunta con un tono neutral.
—Al principio fue más bien una terapia. Ya sabes, problemas de autoestima, traumas adolescentes…
«¿Pero por qué coño le están contando mierdas, alma de cántaro?».
—Interesante…
«¿Interesante?».
—…pero la verdad es que se me da bastante bien, ¿sabes? —El batín se desliza ligeramente hasta dejar un hombro al descubierto.
El vecino se gira hacia Clara y se pega a la pared, con cara de circunstancias.
—Pe- perdona, pensé que a lo mejor… —«Trágame tierra».
—Tranquila, no pasa nada. Me siento muy halagado, de verdad, pero es que…
«Y aquí viene, ¿cuál será? La de que tiene novia, o que es gay, o me dice que le doy todo el puto asco, en un ataque de sinceridad».
—…soy asexual. Lo siento, mucho, de veras.
«Esa no la he visto venir».
—No me malinterpretes, eres muy atractiva y siempre he querido reunir el valor para tocarte a la puerta —«Ojalá me tocases otra cosa»—, porque me pareces una chica súper interesante, pero es que a mí todo eso del sexo me suena a mandarín. Me siento fatal.
«¿POR QUÉ tiene que ser tan majo?».
—Vale, te propongo un trato. ¿Por qué no corremos un tupido velo de hormigón sobre la enorme vergüenza que tengo ahora mismo, en plan cubierta de Chernóbil, te preparo un té y hacemos como si nada de esto hubiese ocurrido?
Los profundos ojos verdes de su nuevo vecino sonríen con alivio.
—Me parece genial. ¿Pero me explicarás como funciona eso de las webcams? De verdad que me parece algo muy curioso.
Clara deja escapar una sonrisa, a su pesar.
—Será un placer. ¿Qué quieres saber? —«Bienvenidos a los juegos del hambre».
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
A partir de la premisa de @Susanahaya:
«Dos desconocidos encerrados en cuarentena».
«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.
Banda Sonora Opcional: Nonstop – Drake
- Categoría: Esto lo contamos entre todos, Relatos cortos
- Etiqueta: Amor, comedia, cuarentena, encierro, erotismo, pandemia
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...