Reflexiones sobre un año muy extraño

Si has llegado hasta aquí, créeme que te lo agradezco, y por eso intentaré ser breve.

Porque no ha sido un año fácil, porque nos ha puesto a prueba en innumerables ocasiones y aquí seguimos, viéndolas venir. Un año cargado de cambios recubiertos de la pátina del estatismo. Una continua paradoja compuesta por trescientos sesenta y cinco «mira, yo qué sé ya».

A pesar de las circunstancias, este ha sido un año de grandes logros. Un año en el que por primera vez aparecía algo en IMDB si tecleabas mi nombre, junto al del primero compañero de batallas imposibles y luego gran amigo, Efrén Tarifa. En el que la fantástica Jen del Pozo y un servidor publicamos un cuento ilustrado muy majo donde hay invertida sangre, sudor y lágrimas, y cinco años de nuestras vidas.

Solo por eso ya estaría.

Pero también ha sido un año en el que el peso de la pandemia empezó a dejarse notar, haciendo compañía a otros muchos pesos que cargaban mi mochila. El trauma de tener que abandonar mi casa para volver a compartir espacios. La contradictoria soledad a pesar de ver más gente que en los últimos dos años, y la extraña desconexión con la humanidad que desemboca en abrazar la falsa calidez de una ventana azul eléctrico. Un espejo negro opaco en el que únicamente se ven reflejadas tus miserias.

También fue un año en el que desenterré del olvido los cuarenta y cuatro relatos que escribí durante el confinamiento, para intentar darles salida. El resultado ha sido siempre negativo, salvo que la publicación terminase pagándola de mi bolsillo, o involucrando a mis conocidos para que cargasen con el muerto. Y como aún no tengo tanto ego, he optado por ir publicándolos en este blog durante el año que comienza, para quien quiera pasar un rato entretenido. Empezaré el próximo día 5 de enero, como regalo de Reyes, y los publicaré cada miércoles. Así, el último coincidirá con mi cuarenta cumpleaños. El que crea en la numerología, que se lo gestione como pueda.

Últimamente, he pensado mucho en el ego. Esa entidad hambrienta que puede aparecer en múltiples formas, pero que siempre termina encontrando una víctima, propia o ajena, de la que alimentarse. Por eso hay que saber domesticarlo, ponerle límites y castigarlo con el silencio cuando se pasa de la raya. Este año también he aprendido que no hay que endiosar tanto a la empatía, porque a veces puede ser un lastre injusto y devastador. Es buena en equilibrio, pero puede correrse el riesgo de terminar anteponiendo a los demás por encima de uno mismo —o una misma—, dejándote arrastrar por el peso de la comprensión autoimpuesta y casi obligatoria. El problema es que los demás, especialmente los ególatras y egoístas —siempre el ego haciendo de las suyas—, son los primeros que te exigen que les antepongas, mientras ellos miran por sus propios intereses. Porque es a lo que les has acostumbrado, y porque, de vez en cuando, también es sano ponerte a ti primero. Y esa ese creo que va a ser uno de mis propósitos de año nuevo.

Este año también he sentido el peso de la soledad de una forma un tanto compleja. Anhelando la calidez de cierta compañía mientras seguía lamiendo antiguas heridas, porque gato escaldado siempre huye de agua fría.

El caso es que he perdido ciertos vínculos. Algunos habían durado una eternidad y otros apenas unos meses, pero en todos los casos a fuerza de tensionarlos terminaron por romperse. Los motivos son siempre diferentes y no tiene sentido ahondar en ellos. La falta de paciencia y la necesidad de poner límites tuvieron mucha responsabilidad en el proceso. Aprendía a base de tropiezos y de noches sin dormir, que no se puede vivir en el pasado, ni dejar que el presente te pise una y otra vez si quieres tener alguna esperanza en el futuro. A eso se llama evolución.

La evolución, a pesar de lo que muchos piensen, no es una línea recta. Es más bien un abanico de líneas quebradas que avanzan a trompicones, no mediante la mejor solución posible, sino a través de la que asegure la viabilidad del organismo frente a los obstáculos. Si nos permite seguir hacia delante, entonces es la solución adecuada.

Otra enseñanza de este año ha sido que esa definición no es solo aplicable a las especies, sino también a nuestro propio aprendizaje. Y en mi esfuerzo por aprender a contar historias, me he dado cuenta de que los relatos son también entes orgánicos que evolucionan y se desarrollan haciendo frente a sus fuerzas evolutivas particulares. Y esto es igualmente aplicable al protagonista de la historia, al escritor que le da forma y a los pobres diablos que intentamos sobrevivir a un mundo hostil y lleno de obstáculos.

Resulta paradójico que para que una historia funcione debamos encontrar el mejor número de obstáculos: un camino fácil entre el principio y el final es sinónimo de fracaso asegurado.

Cada historia es diferente en su concepción y cada observador de esas historias la percibirá de una manera particular y muy personal. Y da igual si dicho observador es un espectador dentro del cine, un lector en su tumbona, o quien tiene que enfrentarse a la vida en general. Por eso es ridículo creer en balas mágicas; lo que en un momento dado puede solucionar a la perfección un problema, en otro puede ser la causa de un desastre irresoluble.

Por eso, supongo que, lo más importante que he aprendido en 2021 es que la preocupación es algo que debemos dosificar. Que es crucial elegir nuestras batallas y, sobre todo, a quiénes decidimos que nos acompañen en la aventura. Porque hemos pasado por demasiados traumas y cargamos con demasiado peso, como para soportar a quienes necesitan subirse sobre nuestros hombros o ponernos zancadillas para sentirse realizados.

En fin, solo espero que el 2022 nos dé oportunidades para desarrollarnos, energías para afrontar ese reto, tiempo para llevarlas a buen puerto y salud mental para disfrutarlas y aprender a valorarlas.

Y a ti, que has llegado hasta aquí, no te pediré que seas feliz porque lo considero una quimera, pero sí que intentes atesorar todos eso pequeños momentos de felicidad que caen en nuestras manos sin que nos demos cuenta hasta que es demasiado tarde.

Feliz nuevo ciclo inventado.

Banda Sonora Opcional: Hoy empieza todo – Rufus T. Firefly + Viva Suecia

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...