Mensajes de témpera con sabor a mar

Esta es la primera entrega de los relatos que constituyen la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

 

En esta ocasión partía de la premisa «Olas», propuesta por @Vignolita 

¿Te animas a descubrir qué es lo que cuenta?

Mensajes de témpera con sabor a mar

La ampliación de la cuarentena durante dos semanas más había caído como una bomba en los ánimos de la familia.

Ya se habían resignado a no ir a la casa del pueblo en Semana Santa, sobre todo porque habían anunciado por la tele una cantidad de controles policiales, como para andarse con tonterías.

Esta cuarentena estaba poniendo a prueba la paciencia de Paula, que en aquel momento terminaba de ordenar los botes de especias por orden alfabético. Y encima ni siquiera tenían un triste perro que sacar a pasear, con lo bien que les hubiese venido, ahora que hasta te pedían la factura para justificar que habías salido a hacer la compra. Tendrían que habérselo regalado a Lucía el año pasado cuando lo pidió por Navidad.

—Cariño, ¿dónde hemos puesto la pistola de silicona? —La cara sin afeitar de Luis asomaba por la puerta de la cocina, enmarcada en una mata de pelo enmarañado.

—¿Para qué quieres tú ahora una pistola de silicona?

—Yo qué sé, por hacer algo. He visto unos vídeos de YouTube que…

Paula se giró irritada, fulminando a Luis con la mirada. Adoraba a su marido, pero el confinamiento estaba tensando las cosas más de la cuenta.

—Hija, si era para entretener a la cría un rato. Da igual, ya la encontraré —dijo Luis haciendo mutis por el foro.

Hace un mes se habría hecho el muerto como una mangosta si Paula le hubiese pedido ayuda con las manualidades de Lucía para el cole. Tócate los ovarios.

Pobre Lucía, seguramente era la que más estaba sufriendo con todo esto. Al fin y al cabo, solo era una niña y los niños necesitan salir a jugar, necesitan sol, necesitan ir al parque, relacionarse con otros niños mientras sus padres les vigilaban desde una terraza con una cervecita. Es que no había derecho a que pasasen por todo eso, los pobres.

Aquello era insufrible, no lo soportaba más. Necesitaba salir de allí cuanto antes.

Un momento, ya lo tenía. Si volvía a hacer limpieza de los armarios del estudio, seguro que sacaba suficiente mierda como para llenar un par de bolsas y bajar a tirar la basura antes de que se hubiese ido el sol. Decidido.

Paula salió de la cocina con la determinación de quien hubiese descubierto cómo saber si la corona era de oro, pero se paró delante del salón. Su hija de seis años estaba sentada delante de la puerta que daba a la terraza, con las manos chorreando las pocas témperas que no habían terminado en el suelo o en la cristalera.

Cogiendo aire, a ver si así dejaba de palpitarle la vena de la frente, Paula atravesó un salón que ya había sufrido la quinta reconfiguración de muebles de la semana.

—Lucía, cariño, ¿se puede saber qué estás haciendo? —dijo Paula, con la mandíbula tensa.

—Pues un dibujo para que Elías no se olvide del mar, mamá —respondió la niña, despreocupadamente.

El cuerpo de Paula se destensó de inmediato.

Elías vivía en un pequeño apartamento justo en el bloque de enfrente. Un pescador que llevaba 50 años faenando y que se había quedado sin trabajo después de que la pesquera dejase a media tripulación en tierra por culpa de la pandemia. O al menos lo habían justificado de ese modo.

Lucía había recreado en la ventana todo un mar lleno de peces y criaturas marinas con todo lujo de detalles. Incluso había dibujado un barco en el que una réplica bastante lograda del marino sujetaba una caña de pescar.

—Así le darán menos ganas de salir de casa hasta que pase lo de los bichos malos —continuó la niña.

Paula tragó saliva y se acercó a su hija. Al mirar por la ventana, el Elías de carne y hueso les saludó efusivamente desde su diminuto balconcito, con una enorme sonrisa que acentuaba las profundas arrugas alrededor de su mirada.

Paula le devolvió el saludo enjugándose las lágrimas.

—¿Tú también echas de menos las gaviotas?

El comentario inocente de su hija le arrancó una sonrisa involuntaria.

—A lo mejor si me ayudas te pones contenta, como Elías. —continuó Lucía, señalando a su vecino con la manita.

Paula cogió el bote de témpera blanca que le ofrecía la pequeña y se sentó a lado de su hija. Juntas, pasaron el resto de la tarde llenando de espuma las crestas de las olas.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @Vignolita:
«Olas».

Banda Sonora Opcional: Sea of Love – Cat Power

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...