El final de mi búsqueda
Los años perforaban mi consciencia como lentas y dolorosas lanzas redentoras, sin poder siquiera vislumbrar el horizonte final de mi pesquisa. Cada gruta que exploraba, cada horror que superaba a costa de mi cordura, me otorgaba tesoros deslumbrantes. Sin embargo, esas alhajas no eran más que máscaras vacías que nublaban mis sentidos y terminaban por traerme más desdichas que fortuna.
Había dedicado toda mi vida a buscar la felicidad. A combatir en nobles empresas y defender mis ideales en busca de la gloria, pero por más que lo intentaba, lo único que obtenía era un cascarón hueco tras otro, adornados de envolturas seductoras incapaces de llenarme.
Siempre seguí mi instinto a la hora de enfrentarme a los cruces de caminos y, aunque pesaban más las veces de acierto que de error, comenzaba a estar hastiado de esta agotadora lucha. Una noche de primavera reposé mi maltratado cuerpo en la orilla de un río de escaso caudal y comencé a darme cuenta de que mi búsqueda apenas había dado frutos, mi moral estaba hundida y mis esperanzas se desvanecían como una bocanada de humo en mitad de un temporal.
Apesadumbrado, bajé la cabeza y posé la vista en una piedra que descansaba en el seno de aquel río bañado por la luz de la Luna. Era una roca sencilla y sin mayores florituras, pero despertaba en mí un interés inusitado. Al tratar de alcanzarla, la helada malla de agua recorrió mi cuerpo con una dureza desmedida, haciéndome retroceder casi al instante. La sensatez me impulsaba a alejarme, pero aquella pequeña roca ejercía sobre mi tal atracción, que borraba cualquier rastro de prudencia.
Haciendo caso omiso a la experiencia, introduje mi mano en la helada superficie, tratando de alcanzar la ansiada fuente de deseos. No fue fácil, pero cuando por fin pude sacarla del río, su forma se desvaneció ante mis ojos y en su lugar apareció ante mí una perla perfecta de un brillo inconcebible.
[pullquote]Era una roca sencilla y sin mayores florituras, pero despertaba en mí un interés inusitado.[/pullquote]Cuanto más la miraba, más maravillosa me parecía y menos se asemejaba a cualquier otra joya que jamás hubiese contemplado. Entonces fui consciente de que aquel pedazo de universo era la verdadera razón de mi existencia; el verdadero motivo de una búsqueda que me había llevado a la orilla del aquel gélido río, una cálida noche de primavera.
En ese preciso instante, aquella preciosa perla se disolvió entre mis dedos convirtiéndose en un líquido viscoso que penetró en mi piel rápidamente, dejándome un regusto agridulce en el alma. Había perdido aquello que tanto creía anhelar, pero parte de su esencia quedó eternamente unida con mi espíritu, dotándome de una lucidez inigualable.
Con aquella epifanía emprendí de nuevo mi camino, sabedor de que vendrían otras joyas tan preciosas como nocivas, aventuras complicadas y muchos palos en las ruedas de mi carro. Pero también descubriría, otros ríos cargados de secretos y belleza, experiencias enriquecedoras y rincones mágicos alejados del mundanal ruido.
Porque, pese a haber dedicado toda mi vida a buscar la gloria en tesoros ostentosos, riquezas y poder, la auténtica paz me esperaba no en grandes castillos custodiados por dragones, ni en las falsas alabanzas escritas en honor, sino en un río tranquilo, en una piedra sencilla en cuyo interior se escondía la perfección de todas las reliquias del cosmos.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
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