Isobares noctiformes

Notaba como el agua se abría paso con ansias a través de mis desgastadas suelas, como si quisiese reptar a lo largo de la columna y aplacar el fuego que bullía en el interior de mi cabeza. Un torbellino con años de experiencia para crecer y pasar de tormenta tropical a huracán de fuerza cinco. Razones no le faltaban para arrasar con todo lo que se le pusiese en ese momento por delante.

Un viento tardío de otoño golpeaba mi cara y me obligaba a cerrar los ojos castigando mi intelecto en cada ocasión con la imagen de la derrota labrada, incandescente en la memoria.

Dando pasos sin rumbo terminé en un antro de otro tiempo, decadente aunque aún no fuese consciente de su destino, asfixiante y duradero, como mi mala suerte. Un televisor proyectaba en bucle Buenas noches y buena suerte (paradójico y fatal título) con su ilusorio blanco y negro intentando simular estilo antiguo. Otra muestra más de aciaga falsedad y, sin embargo, casaba tan bien con el entorno de aquel bar que resultaba hasta ridículo.

Pedí sin palabras un Martini con ginebra, deseando sin demora que el camarero me aplicase con soltura un jarabe sin recuerdos, una pócima que me hiciese olvidar el destino insípido y solitario que jalonaba mi patética existencia.

[pullquote]Pedí sin palabras un Martini con ginebra, deseando sin demora que el camarero me aplicase con soltura un jarabe sin recuerdos, una pócima que me hiciese olvidar el destino insípido y solitario que jalonaba mi patética existencia.[/pullquote]

Miraba al infinito perdido en meses atrás, cuando la vida se parecía algo menos a un vampiro enviado por el retrete y suspiraba enrollado en mi casaca, impotente observador del desvanecimiento de mi copa, huyendo del presente con la misma velocidad que mi aniversario se impregnaba del olvido de los deseados.

Durante horas me fundí con aquella desgastada butaca que tenía bordada en letras de oro la palabra Perdedor entre sus pliegues y, a medida que el alcohol calaba mis arterias como el humo mi ropa, el alma que algún día tuve, herida y malparida levantaba sin descanso un muro entre ella y el resto de las almas y, poco a poco, entre ella y mi persona.

El agua había empezado a golpear perezosa el escaparate del lóbrego local, lleno de cuerpos vacíos, de paso, pertenecientes al juego que un día Babel osó inventar, realizando como cada noche, intercambios de oraciones con fluidez, orando por que más adelante, esa misma noche pudiesen intercambiar otra clase de fluidos.

Y yo en medio de la futilidad, cubierto de mi invisible muro de insociable lejanía, me preguntaba si algún día conseguiría comprender este mundo antes de que el mundo me disgregase en partículas por su vasta dimensión.

 

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

Banda Sonora Opcional: Down in a hole – Alice in Chains

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...