Corazón de algodoncillo

Sara era la niña más buena del pequeño pueblo de Villa Jabugo. Era tan, tan buena, que tenía un corazón que no le cabía en el pecho y por eso lo llevaba a todas partes en su pequeña carretilla.

Era un corazón de algodoncillo de azúcar, al que todas las noches le ponía una mantita para que no pasase frío y, cuando llovía, lo cubría con un bonito impermeable con girasoles dibujados. En los días soleados, Sara saltaba corriendo de la cama para hacer sus tareas diarias antes de ir a la escuela, y por la tarde jugaba con sus amigos después de terminar los deberes. No podía ser una niña más feliz.

A medida que crecía, el corazón de Sara iba haciéndose más grande al ritmo de su alegría, hasta el punto de que cada vez se le hacía más difícil arrastrar la pesada carretilla. Las cuestas le parecían más empinadas y tardaba una eternidad en recorrer la escasa distancia entre su casa y la escuela.

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Manteneos a la par de vuestra sombra

Hoy les traigo otra entrega de la serie Inspiraciones mutuas dedicada a Mondo Diávolo, esta vez con un reflexivo Poe Luzardo como protagonista,  batería de la formación durante sus dos primeros EP y al que ha relevado Jacinto Ojeda en su nueva andadura. La imagen, como siempre, es un impecable trabajo de Medialuna Photography.

Sin más dilación, disfruten de una pequeña historia con la que alguno se sentirá identificado.

Y ahora eres tú el que se arrodilla una y otra vez...

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Isobares noctiformes

Notaba como el agua se abría paso con ansias a través de mis desgastadas suelas, como si quisiese reptar a lo largo de la columna y aplacar el fuego que bullía en el interior de mi cabeza. Un torbellino con años de experiencia para crecer y pasar de tormenta tropical a huracán de fuerza cinco. Razones no le faltaban para arrasar con todo lo que se le pusiese en ese momento por delante.

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Revelaciones de una noche de verano

Abrió la puerta a trompicones, después de otra noche memorable que al día siguiente sería incapaz de recordar. Se quitó su segunda piel de gasa y manga corta y puso el disco de Jeff Buckley, dejando que le envolviese la melancolía desgarradora de sus canciones, mientras liberaba sus pies del yugo dictador de los tacones.

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