Una imagen original de Fernando D. Umpiérrez para El Tintero Infinito.
El horizonte se torna difuso cuando los ojos se impregnan por las gotas de sudor que perlan su frente y emborronan su mirada.
Las rodillas crepitan, como troncos en la chimenea de una casa durante el invierno, y se quejan por un esfuerzo no buscado, mientras nota cómo manchas púrpuras de sufrimiento tiñen la piel de muslos y muñecas.
Una imagen original de Fernando D. Umpiérrez para El Tintero Infinito.
El Tintero Infinito les desea… ¡Feliz navidad!
Se sentó cerca del calor que emanaba aquella calidez prestada, enjugándose el sudor por el esfuerzo. Ya estaba demasiado viejo y demasiado gordo para aquel trabajo, pero había firmado un contrato que debía de cumplir, fuesen cuales fuesen las abusivas cláusulas que contenía.
Cuando hubo recuperado el aliento, desplegó el mapa que, junto con una lista interminable, le había vendido aquel condenado canijo verde de mirada turbia, y trató de orientarse con las referencias que veía a su alrededor. Los últimos tres puntos de entrega le habían estado extrañamente vetados, sin apenas indicadores y con estrellas que no casaban con los estándares que estipulaba claramente el concordato. Empezaba a darse cuenta de que había sido víctima del timo más antiguo y su principal enemigo por fin se haría con la victoria. Por suerte, más sabe el diablo por viejo que por diablo y aún le quedaban algunos ases bajo su gruesa y acolchada manga.
Sacó un móvil del bolsillo forrado de borreguillo y accedió a la agenda sincronizada con la nube. Dio un tono, luego otro y finalmente saltó el contestador.
– Ha llamado usted al teléfono de Balt…– Colgó maldiciendo su suerte y volvió a echarle un vistazo al siguiente nombre de la lista – ¿Abraham Kauffmann? – Leyó incrédulo. Aquella iba a ser una noche especialmente larga.
Un microcuento de Navidad de Fernando D. Umpiérrez
Le gustaba y hubiese deseado poder gustarle una milésima parte de lo que ella le deseaba entre sus sábanas.
Con un simple átomo de pasión se conformarían sus jóvenes pero cansados huesos, pues un átomo encerraba en su interior la energía de miles de universos. Un átomo podía crear y destruir mundos con la facilidad de una sonrisa y era capaz de producir reacciones poderosas, si se aplicaba la energía adecuada.
La marca zigzagueante que recorría aquel paisaje lleno de vitales y hermosos contrastes, era el fiel reflejo de la magia que albergaba en sus profundidades.
Pocas veces me habían tocado el alma de manera tan contundente y a la vez tan gradual. Desde la desembocadura hasta la fuente, aquel sinuoso río te marcaba, no como una explosión que te dejase sin aliento, sino como la erosión que su caudal producía en la dura roca; poco a poco pero sin descanso. Una vez que conseguía abrirse paso a través de tu coraza, quedabas irremediablemente marcado para siempre.