Déjate llevar por la corriente

La marca zigzagueante que recorría aquel paisaje lleno de vitales y hermosos contrastes, era el fiel reflejo de la magia que albergaba en sus profundidades.
Pocas veces me habían tocado el alma de manera tan contundente y a la vez tan gradual. Desde la desembocadura hasta la fuente, aquel sinuoso río te marcaba, no como una explosión que te dejase sin aliento, sino como la erosión que su caudal producía en la dura roca; poco a poco pero sin descanso. Una vez que conseguía abrirse paso a través de tu coraza, quedabas irremediablemente marcado para siempre.

Su torrente rebosaba un vigor propio de la edad que confirmaban sus estratos, pero una serenidad impropia de la misma. Dos orillas enfrentadas en un rico y demoledor espectro y, justo en medio, un lecho que había superado no pocos obstáculos en su camino hacia la mar.

Desde mi nacimiento había estado marcado por la genética de una vida a contracorriente, por la obstinación de nadar hasta agotarme en contra de lo que parecía más sensato, para alcanzar un destino completamente incierto. Sin embargo, el ímpetu (en las formas y grados más diversos) que transmitía a lo largo de su curso, te golpeaba con mil emociones diferentes sin saber cuál esquivar y a cuál aferrarte hasta perder el aliento. Podía golpearte con tramos de salvaje efervescencia, donde solo deseabas abandonarte a los designios de la suerte, o regalarte delicados embalses de sonora tranquilidad, que permitían recuperarte del cansancio de toda una existencia (¿cuándo había yo perdido aquella mágica pasión?).

Aquellas oleadas de energía no me eran desconocidas, aunque casi había renunciado a volverlas a disfrutar. Eran una reminiscencia de vidas anteriores, desconcertante y de una visceralidad de tal calibre, que conseguía difuminar el significado inicial de ciertas emociones, como la niebla desdibuja la orilla opuesta al despuntar el alba. Era magia y vértigo a la par.

[pullquote]Dejarse llevar por sus remolinos era como lanzar una moneda con locuras en su cruz y sosiegos en su cara. Siempre deseabas comenzar otra partida.[/pullquote]

Decidimos jugar a un juego peligroso, cuyo final podía ser a la vez principio y conclusión de muchas cosas; pero algo nos impelía a seguir jugando. Una profunda conexión que trascendía más allá de nuestros límites físicos y que nos convertía, a veces, en una sola criatura. Sin embargo, sabía (sabíamos) que era una conexión anacrónica. Asumimos, desde que lo dulce se juntó con lo salado, que vivíamos historias con opuestas direcciones, pero aceptamos con igual seguridad, la infinidad de vivencias que podíamos regalarnos durante el transcurso de aquel viaje.
Me envolvía y lamía mis escamas, me aportaba oxígeno vital y yo memorizaba cada piedra y cada curva de su curso. Conocíamos los temores y las pasiones del otro con precisión milimétrica y casi parecía capaz de leer dentro de mí con la magia de una alquimia natural, ofreciéndome remansos de paz cuando el agotamiento me convertía en su presa. Junto a aquella corriente me sentía al tiempo vulnerable y extrañamente fuerte.

Y a medida que subía aleteando, una sensación de curiosa familiaridad fue penetrando en mi efímera memoria, arrastrando la convicción de que nuestras almas ya se habían tocado en otra vida. Apenas un simple roce que desalineó nuestros destinos. No me permitía imaginar qué hubiese pasado si, en lugar de aquel pequeño toque de atención, hubiésemos tenido un choque más frontal. No quería ni pensarlo. Los designios del espacio-tiempo eran de una relatividad cruel e inexorable y, desde luego, sobrepasaban la capacidad de comprensión de esta humilde criatura.
Dejarse llevar por sus remolinos era como lanzar una moneda con locuras en su cruz y sosiegos en su cara. Siempre deseabas comenzar otra partida; solo que aquello no era un juego, sino una invitación a compartir los retales más excitantes de una vida.

La obligatoria relación entre especie y nicho fue dando paso a una naturalidad sin aditivos. El agua fluyendo río abajo sin encontrar escollos ni meandros; mi cuerpo hidrodinámico ascendiendo sin oposición. Era la acepción más pura de la palabra auténtico que recogía el diccionario.

Y, aun así, bajo aquella superficie intuía secretos no contados, emociones que aún requerían de un pensamiento más complejo. Un dolor amortiguado.

Entonces, tuve la terrible convicción, al final de mi camino, de que aquel caudal era mucho más profundo de lo que daba a entender a simple vista; de que aún me quedaban demasiadas cosas por aprender. Necesitaba más tiempo para conocer cada afluente, dejándome llevar acariciado por sus aguas, hasta conseguir saciar el hambre que crecía en mi interior. Quería alcanzar su fuente, pero también recorrer la profundidad de su garganta y recrearme en el delta de su desembocadura una y mil veces. Y fue en aquel preciso instante cuando decidí dar la vuelta, para dejarme llevar por su corriente.

 

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

*Ilustración por cortesía de Raúl Díez

 

 

Banda Sonora Opcional: The Sea – Morcheeba

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...