Aikido. Fuerza y armonía
El horizonte se torna difuso cuando los ojos se impregnan por las gotas de sudor que perlan su frente y emborronan su mirada.
Las rodillas crepitan, como troncos en la chimenea de una casa durante el invierno, y se quejan por un esfuerzo no buscado, mientras nota cómo manchas púrpuras de sufrimiento tiñen la piel de muslos y muñecas.
La respiración entrecortada y un corazón ansioso piden a gritos un metrónomo que mida un tempo más pausado. Dedos y tobillos se unen a la queja y siente la física presencia del agotamiento en todos sus músculos y articulaciones.
Delante, su oponente mira a un punto infinito, a años luz de su figura, tenso y en guardia. Cuchillos de hueso y carne prestos a culminar su ataque.
[pullquote]¿Por qué dedicar tantas horas a recrearse en ese sufrimiento perseguido y matarse a trabajar para acabar besando el suelo? Porque esa muerte figurada es lo que le hace sentirse vivo.[/pullquote]¿Por qué pasar por todo eso? ¿Por qué dedicar tantas horas a recrearte en ese sufrimiento perseguido y matarte a trabajar para acabar besando el suelo? Recuerda las preguntas de aquellos que observan con incredulidad desde un universo muy lejano y una sonrisa infantil y pícara toma forma en su interior, pues tiene clara la respuesta. Esa muerte figurada es lo que le hace sentirse vivo.
Entonces, los cuerpos se fusionan y pasan a convertirse en un único eje bien engrasado, capaz de mover montañas y fluir como el caudal de un río en primavera. Un encuentro de energías que dura apenas un segundo, reorientadas hacia un fin armónico, plástico y hermoso.
En ese momento todo es blanco, negro y circular. Perfección sin matices por la dedicación de una vida de sacrificios. Momentos de ingravidez y aterrizajes forzosos culminando en el devenir de dos cuerpos que confluyen hacia un único camino, pero con distinto desenlace. En un instante tiene el control de cada músculo propio y ajeno, el cuerpo balanceado, la mirada ahora clara y hacia el suelo, donde ejerce la presión exacta para mantener inmóvil la incontenible fuerza de quien fue su oponente pero nunca será su enemigo.
Todo termina en un destello y se retira manteniendo la distancia, respirando profundamente y con su corazón latiendo en calma.
Su compañero se levanta y lo mira con aprobación y respeto, adopta la posición adecuada y se prepara. Nota cómo la energía y la tensión que albergaba en cada poro desaparecen y son sustituidas por otro tipo de energía, pues sabe que nada de esto tiene sentido si no existe un equilibrio. Ahora le toca a él recorrer otro tramo en el camino de la unión entre fuerza y armonía.
Esta es la senda del Aikido.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
Banda Sonora Opcional: Lateralus – Tool (Koto Cover)
Demostración de Aikido por parte del sensei Ryuji Shirakawa