El primer día del resto de su vida
Fernando D. Umpiérrez el 10 de agosto de 2022
Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.
El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.
En esta ocasión partía de la premisa «Una persona que se gradúa el mismo día que empieza la cuarentena», propuesta por @genderless.lui. Una premisa que reflejaba las preocupaciones de toda una generación que ha tenido que afrontar un futuro de lo más incierto.
*Me he tomado la libertad de reescribir este relato con el fin de no otorgarle un género definido a su protagonista. Espero haberlo conseguido. Porque la vida puede cambiar de la noche a la mañana, y el primer día del resto de tu vida a veces puede resultar ser más de uno. ¿No te parece?
El primer día del resto de su vida
El maquillaje apenas podía disimular las profundas ojeras en su rostro. Demasiadas noches sin dormir terminando el TFG, escribiendo el discurso de graduación, ayudando en casa o tratando de llegar, sin conseguirlo, a todos los plazos que se imponía. Y, justo el día anterior a uno de los momentos más importantes de su vida, se decreta el estado de alarma y la cuarentena por un virus del que nunca antes había oído hablar.
Por eso, en lugar de templando nervios entre las bambalinas del salón de actos, se sentaba frente a un portátil que no pasaba por su mejor momento, con sus mejores galas, esperando a que toda su promoción se conectase para comenzar con la primera graduación virtual de su carrera.
Repasó los últimos párrafos del discurso con las piernas traqueteando debajo de la mesa. Si le hubiesen conectado una dinamo, sus padres no se habrían preocupado en meses de pagar la factura de la luz.
Ni siquiera tenía cuerpo para dar aquel discurso, pero se tenía que hacer y nadie estaba dispuesto. Así que, como siempre, había dado un paso al frente para asumir las responsabilidades de los demás y anteponer la voluntad de otros a la suya propia, convenciéndose de que en el fondo no le importaba, de que hasta le gustaba hacer ese tipo de cosas.
«¿Qué pensarían los demás? No quiero que me odien. No quiero defraudar.».
Sus labios se movían en silencio, memorizando las palabras. Compromiso. Futuro. Oportunidades. Esperanza. Palabras que de la noche a la mañana se habían vuelto extrañas.
El mundo se había parado de repente, convirtiéndose en una inerte masa de incertidumbre. Y, por algún extraño motivo, sus esfuerzos se centraban en ponerle buena cara.
—¿Se me escucha?
—¡Tienes que conectar la cámara, idiota!
—Haya paz, por favor.
Profesores y alumnos comenzaron a aparecer en las cuadrículas, probando los equipos con desgana. Pocos se habían arreglado para la ocasión. Muchos iban directamente en pijama.
Una punzada de decepción recorrió su sonrisa tatuada. Había renunciado a tantas cosas a lo largo de los meses, de los años, de toda su vida, para llegar a ese momento. Pero, ¿qué momento era ese, exactamente?
—¿Esto cuándo empieza?
—¿Al final va a haber aprobado general?
Las risas y los problemas de retardo se mezclaban en un caos creciente, a medida que más compañeros se unían a la videoconferencia. Aquello no era serio, pero tampoco podía culparles. Además, se había acostumbrado tanto a culparse de casi todo, que ya no recordaba de cómo se culpaba a los demás.
—A ver si acaba esto, que me dejé un capítulo de Tiger King a medias.
—Hostia, ¿está guapa?
El tutor alzó la voz para imponer un poco de orden y pedir, por favor, que dejasen de una vez los fondos con chorradas, que aquello era algo serio. También despejó las dudas sobre el tema del aprobado general, desmintiendo de inmediato aquel punto particular.
Se alisó los pliegues bajo el escritorio. Ya no se acordaba la seguridad y confianza que sentía al ponerse aquella ropa.
—Total, para lo que nos sirve un título ahora mismo… —murmuró uno al que le habían quedado siete.
Todos se rieron. El tutor volvió a pedir un poco de calma.
Los ánimos se fueron apaciguando y el volumen se redujo, mientras los últimos rezagados hacían acto de presencia y todos dirigían la atención en su diminuto recuadrito, donde su mirada ya no se dirigía a los folios del discurso.
Aún resonaba en su cabeza el último murmullo antes de las risas. «¿De qué servía todo aquello?». La industria estaba inoperante, se habían cancelado todos los proyectos y ahora era un suicidio el pretender buscar trabajo.
En los últimos meses, había dejado de lado a su familia, a sus amigos y a su vida personal, repitiéndose que cuando llegase aquel día sería por fin libre, se emborracharía, reiría y mundo se podría ir al infierno, por lo menos hasta el mes que viene. Al fin y al cabo, era el fin de una etapa. Pero el mundo ya se había encargado de irse bien al infierno por su cuenta.
La frustración no tenía que ver con el dichoso Trabajo de Fin de Grado, por supuesto. Ni con la carrera, ni con sus perspectivas de futuro. Era un modus operandi que había repetido hasta el infinito, siempre olvidándose de sus propios sentimiento; siempre dejándose para el último lugar. Vida planificada en años luz para no mirar el lago abisal del presente que le lamía los talones. Un presente que ahora mismo había levantado un muro de hielo que impedía ver cualquier tipo de futuro.
No le quedaba otra que darse la vuelta y mirar las aguas desconocidas, a pesar de la ansiedad que suponía, de las oportunidades perdidas, de los instantes que se habían escurrido entre los dedos por no tener los pies en el presente. Pero, por encima de todo, lo que más terror le daba era no reconocer el reflejo que le devolviese aquel vacío.
—Vale, ¿te parece si empezamos?
Los aplausos desacompasados le encontraron con una bocanada atravesada en la garganta y un río negro surcando sus mejillas.
Cuando fue capaz de reaccionar, alargó la mano… y bajó lentamente la tapa del portátil, enviándolo a hibernar.
Si el mundo se había detenido, si el presente era la única laguna en la que podía sumergirse aquellos días, ya iba siendo hora de tirarse de cabeza.
Al fin había entendido que, quizás por primera vez en toda su vida, era la única persona dueña de su propio tiempo.
—¿Qué haces, gordi? ¿Por qué tan elegante? —dijo su hermana dándole un beso cariñoso en la coronilla. El gesto, por poco habitual, le resultó desconcertante— ¿Te apetece tocar algo?
Una profunda inspiración, una sonrisa y un leve asentimiento bastaron para que la mayor corriese a buscar el ukelele. Mientras, se acercó a su vieja amiga de seis cuerdas, cruzó las piernas sin quitarse los zapatos de plataforma, y empezó a afinarla en el regazo, con el fin de recuperar todos los momentos olvidados.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
A partir de la premisa de @genderless.lui:
«Una persona que se gradúa el mismo día que empieza la cuarentena».
«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.
Banda Sonora Opcional: Simple and True – Sara Bareilles
- Categoría: Esto lo contamos entre todos, Relatos cortos
- Etiqueta: futuro, humanidad, incertidumbre, inspiración, reflexion, superación
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...