Calcetines desparejados
Fernando D. Umpiérrez el 18 de febrero de 2016
¿Qué sería de nosotros sin los recuerdos? Esas imágenes que acuden a nuestra mente en la quietud de una habitación oscura, cuando la ciudad duerme y parece que hasta el mismísimo Morfeo contiene la respiración en una esquina con tal de no despertarnos.
Existen imágenes y recuerdos que quedan grabados para siempre en la retina. Personas que eres incapaz de olvidar, que te marcan a fuego, revolviendo para siempre tu conciencia. Y es en esos momentos de oscura calma cuando todos los recuerdos se activan. La almohada tiene un curioso efecto catalizador que aviva hasta el rescoldo más profundo, haciéndonos rememorar experiencias que durante el día permanecen agazapadas, como criaturas adormecidas en un rinconcito de nuestro cerebro.
Sin embargo, durante la noche se vuelven traviesas proyectándose en el interior de nuestros párpados, haciéndonos revivir historias enterradas, antiguos amores, heridas no cerradas, dulces recuerdos de un pasado, único hacedor de melancolía. En definitiva, un torbellino de emociones que puede mantenernos en vela hasta bien entrada la noche.
Algunos piensan que esta curiosa reacción se debe a la relajación derivada de un largo día de agotadora realidad. Otros se aventuran a pensar que es algún efecto secundario de la ansiada posición horizontal. Los más osados aseguran incluso que es cierto tipo de alergia al algodón de la funda del colchón, pero esos son los primeros en caer bajo el manto de dulces y sonoros sueños sin nostalgias. Independientemente del motivo, lo cierto es que, para muchos, resulta un momento mágico de contemplación casi espiritual.
Para Elena, era una de aquellas noches de vueltas infinitas entre sábanas que harían que, al día siguiente, revolviese con más ahínco la cucharilla en el café de la mañana. Una noche de dudas existenciales que le mantenía en vela con una insana fijación en la cabeza: calcetines.
Era increíblemente absurda la enorme variedad de calcetines que existían. Había calcetines gordos, calcetines bajos para el verano, calcetines finos y elegantes, medias para ejecutivos exigentes y hasta de histriónicos estampados con los más variopintos dibujos. Podías encontrar delicadas piezas de una belleza portentosa que jamás se amoldaban adecuadamente a tus simetrías, y ajados calcetines, antiguos como ilusiones de la infancia, que por el contrario te hacían sentir como si tus pies fuesen de algodón de azúcar.
Puede que a más de uno, a estas alturas le comiencen a parecer de un sopor suficiente como para abrazar el sueño que tanto eludía a Elena, pero no debemos olvidar que son símbolos de regalos navideños, nos ayudan a andar el camino sin sufrir tantas heridas y, aunque hay momentos en los que es una delicia andar descalzos por la vida, al final nos dan la calidez necesaria para enfrentarnos a las condiciones más adversas.
Lo que más desconcertada tenía a Elena aquella noche, lo que en realidad la mantenía girando como una peonza horizontal, era su incapacidad de entender el porqué, pese a tanta variedad, llegaba un momento en que todos se volvían tan parecidos que era prácticamente imposible distinguir entre dos calcetines de un mismo par. ¿Por qué tenía el ser humano esa insana necesidad de emparejar los calcetines si en definitiva todos servían para un mismo propósito? ¿No sería más sencillo utilizar el primer calcetín que te viniese en gana sin molestarte en comprobar si casaba adecuadamente con el que ocupaba el otro pie? Y, sin embargo, había algo que nos impulsaba a buscar siempre el calcetín adecuado. Aquel que encajase a la perfección en los cansados pilares de nuestra existencia. Nos pasábamos casi tanto tiempo perdiendo calcetines como rebuscando entre coladas, tratando de encontrar parejas para nuestros escarpines solitarios.
Esa textil frustración era lo que mantenía despierta a Elena muchas noches en su solitaria cama de sábanas blancas y frías, sin que cerrar los ojos impidiese un mar de chiribitas de recuerdos. Hasta que poco a poco iba quedándose dormida, pensando en calcetines azules y medias naranjas.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
Banda Sonora Opcional: Obscured – The Smashing Pumpkins
- Categoría: Relatos cortos
- Etiqueta: Amor, superación
Publicado por Fernando D. Umpiérrez
Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...