¿De verdad es tan importante tener razón?

Reza una frase del tragicómico humorista Louis C. K.:

«Cuando alguien te dice que no le has herido, no puedes decidir que no lo has hecho»

A priori, esta frase destila un gran sentido común, pues el peso del daño, especialmente el daño emocional, recae siempre en el receptor y el emisor no tiene —o no debería tener— la potestad para decidir de manera unilateral, sobre el grado de dolor, de mal o de bien que ha ocasionado con sus actos. Lo único que puede hacer es acarrear con las consecuencias.

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Al fondo a la derecha

Aquella figura, que le devolvía la mirada desde el escaparate del Café de las almas perdidas, le era completamente ajena. No recordaba exactamente cuándo había comenzado a renegar de su cruel anatomía, oponiéndose a la resignación de aceptar el resultado de unos dados que nunca le habían dejado lanzar.

Con un profundo suspiro, proyectó toda la rabia contenida hacia el desconocido reflejo, cubriéndolo con una agradecida nebulosa de vaho, y se dispuso a entrar en aquella cafetería con nombre de película francesa. No tardó en localizar a su madre al fondo del establecimiento, sentada en la misma mesa donde la esperaba todos los días a las cinco de la tarde.

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