Alhajas
Tres brazaletes lastraban su antebrazo, joyas pesadas que tintineaban continuamente en su memoria y dificultaban muchos de sus movimientos.
Uno era de marfil, formado por infinitas piezas, ajado y quebradizo, en ocasiones hermoso, pero incapaz de olvidar que procedía de un animal muerto, que pese a su sabiduría había sido incapaz de esquivar el engaño al que había sido sometido. Aquel pobre paquidermo solamente había pedido como última voluntad que, si morir era su destino, al menos le permitiesen alcanzar la eternidad como parte de las teclas de un piano. Y ciertamente aquella forma les había dado, como cruel recordatorio de lo retorcida que puede ser la mente humana; infinitos escalones musicales enlazados en espiral, que irónicamente jamás emitirían nota alguna.
[pullquote]Tres brazaletes lastraban su antebrazo, joyas pesadas que tintineaban continuamente en su memoria y dificultaban muchos de sus movimientos.[/pullquote]El segundo estaba elaborado con semillas de Bonduc, modesta pero hipnótica por el sonido que emitían al entrechocar. Se lo había encontrado sin llegar nunca a buscarla y, como tal, jamás le dio el valor que se merecía. Estaba allí para despertarle con su armónica cantinela por la mañana, podía desentrelazarlo y entretenerse horas jugando al Awalé, que eones antes había aprendido. Sin embargo, era incapaz, aunque lo intentaba, de dejarse embriagar por sus virtudes. Su melodía al principio le había resultado inspiradora, deseable, tierna y cargada de significado, aunque con el tiempo se había tornado tediosa y aburrida, carente de incentivos. Ya por último, solamente veía en ella su peso y su falta de ornamentación, en donde otros habrían sabido encontrar infinitas posibilidades.
El tercero era el más hermoso, elaborado con cuentas de amatista y esmeralda. Había tardado décadas en encontrarlo, tras una peregrinación a través del dolor y la penitencia. Sin embargo, jamás le había llegado a pertenecer en modo alguno. Sus vivos colores violeta y verde se entremezclaban en un torbellino de emociones. Si lo miraba fijamente, tenía la sensación de entrar en un universo tan idéntico a él mismo pero a la vez tan esquivo; le hacía pasar mareado los días posteriores, vagando sin rumbo, perdido en sus propios pensamientos, y apenas consciente de aquello que le rodease. Aquel brazalete jamás sería suyo pese a que con parte de su alma había pagado para alcanzarlo. Siempre le acompañaría en el camino, recordándole que a veces el esfuerzo, el cariño, el sudor y el empeño no son suficientes, cuando el destino decide jugar a los dados con tu futuro.
Tres brazaletes sujetos a su mano izquierda, tres lecciones que frecuentemente olvidaba, tres lazos para su memoria hipertrofiada, tres cicatrices que su corazón siempre recuerda.
Un relato de Fernando D. Umpiérrez
Banda Sonora Opcional: Three Libras – A perfect circle