Jubilación en diferido

La frente, arada por los surcos de la memoria y abonada por infinitas semillas de conocimiento, estaba enmarcada por un pelo níveo, corona de muchos años de pensamientos, y por unas cejas oscuras como la noche, que parecían peleadas con el resto de su pelo.

Tenía un aspecto abatido, seguramente a causa de aquella mirada perdida en habitaciones lejanas cargadas de recuerdos y de la espalda encorvada por el peso de los años. Pero todo rastro de desánimo se disipaba automáticamente al ver la rejuvenecedora sonrisa de los niños que entraban en aquel establecimiento, acompañados por sus padres.

– ¿Qué te pongo, Eduardo? – preguntó el camarero, en tono familiar.

– Hoy me vas a poner un café americano de ese de Colombia – fue la respuesta de todos los días.

Su cuerpo se había hecho viejo sin haber informado pertinentemente a su cabeza y eso era algo que su mente de funcionario se negaba a comprender.

Tantos proyectos en el tintero y tan poco valor para llevarlos a cabo. Ahora que el coraje de toda una vida de lucha por fin empezaba a aflorar, las fuerzas comenzaban a fallarle.

La casa se le venía encima y sus articulaciones eran como dolorosos post-it que le recordaban continuamente que ya no estaba para ningún trote. Solamente aquellos paseos a su cafetería favorita le permitían dar esquinazo, por un momento, a su oscura soledad.

Una vez terminado el café a pequeños sorbos, cogió su sombrero, se abotonó la deshilachada rebeca para protegerse del cambiante clima de aquella ciudad encantada, y se dispuso a salir a una realidad empeñada en darle la espalda a su generación.

[pullquote]Tenía un aspecto abatido, seguramente a causa de aquella mirada perdida en habitaciones lejanas cargadas de recuerdos y de la espalda encorvada por el peso de los años.[/pullquote]

Sin embargo, la realidad le devolvió colores y figuras inesperados.

– ¿Le gustaría apuntarse a clases de danzas africanas? – dijo con desparpajo la hermosa muchacha que le había plantado el flyer informativo delante de las narices.

¡Clases de danza africana, nada menos! ¿A su edad? La mera idea le parecía ridícula y, a pesar de ello, no encontraba un atisbo de burla en la mirada de aquella joven.

– ¿Cree usted de verdad que podría hacer algo parecido? – dijo incrédulo.

– Bueno, no sé si le gustará o no, no soy adivina, pero lo que sí sé es que no hay nada que le impida intentarlo, aunque solo sea una vez. Además la primera clase es gratis – concluyó la muchacha tendiéndole la octavilla con un guiño.

El jueves siguiente, se descubrió a sí mismo levantando manos y rodillas más allá de los límites anatómicos del buen gusto, al ritmo de tambores tribales.

La experiencia fue completamente insoportable y los dolores le duraron una semana, pero se convirtió una nueva grúa de esperanza, capaz de levantar la pesada losa que había estado doblando su espinazo durante demasiados años.

A partir de entonces, decidió dejar para más adelante la jubilación anticipada de su alma y el no solo apareció en su vocabulario a continuación del ¿y por qué?.

 

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

Banda Sonora Opcional: Young At Heart (Frank Sinatra cover)- Michael Bublé

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...