Singularidad. Primera parte. (1/2)

Abrí la puerta de la vieja librería, y el sonido de la campanilla me transportó inmediatamente a tiempos tan antiguos como mis recuerdos. Había pasado una vida desde la última vez que crucé el umbral entre la realidad y la fantasía; entre la apatía de una adolescencia tímida y aislada, y la valentía de enfrentarme —aunque fuese como mero espectador— a infinitas aventuras, dramas y misterios.

Cuando el incisivo tañido de aquella guardiana de historias se fue apagando, todo quedó en silencio, como si cualquier sonido quedase amortiguado por el peso del polvo y la memoria. Mis dedos, surcados por los aperos del tiempo, recorrieron el lomo de los cuerpos acostados, leyendo con esfuerzo los nombres de mis antiguos compañeros de batalla. Hacía demasiado tiempo que mis yemas no sentían el agradable tacto del cartón, el cuero y el papel. Sin embargo, recordaba perfectamente las horas que pasé sentado en aquellos pasillos estrechos, descubriendo con asombro los retos a los que debían enfrentarse Ulises, Ahab y compañía.

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