Bajo la piel

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

En esta ocasión partía de la premisa «Cómo, ante el miedo a sufrir de una grave enfermedad y en última instancia, la muerte, el ser humano es capaz de ceder sus derechos fundamentales sin cuestionarse», propuesta por @Yexzalara.

¿Te animas a descubrir qué es lo que cuenta?

Bajo la piel

Hoy era un día muy importante para Julián por muchos motivos y por eso llevaba media hora retocándose su flequillo violeta frente al espejo del baño.

—¡Al final llegarás tarde, como siempre! —le apuró su madre desde el piso de abajo.

—¡Ya voy! —respondió Julián— Simulación.

Sobre su reflejo desnudo se fueron materializando diferentes looks predefinidos de su fondo de armario, que Julián iba descartando sistemáticamente con un gesto de la mano. Cuando se decidió por una camiseta con las siglas de un grupo del que nunca había oído hablar y unos pantalones anchos con cadenas a los lados —le fascinaba que los 2000 estuviesen otra vez de moda—, sacó la ropa seleccionada del armario y terminó de prepararse.

Su decimoctavo cumpleaños era para Julián todo un acontecimiento, como para cualquier chico de su edad. Aquel día supondría la activación completa de su nanochip intramuscular.

El Programa de Refuerzo Individual del Sistema Inmunitario contra Objetos Nocivos revolucionó el mundo entero, tras la pandemia por coronavirus de 2020.

Según le habían enseñado a Julián en el instituto, aquella crisis hizo que la humanidad fuese realmente consciente, por primera vez en la historia, de su propia vulnerabilidad.

Para tranquilizar a la población, todas las naciones aunaron esfuerzos y consiguieron desarrollar, en tiempo récord, una barrera inmunitaria personalizada, ajustada con los parámetros genéticos de cada individuo.

Al principio solo se probó con adultos voluntarios, dadas las dimensiones del artefacto y lo complicado de su colocación, pero los avances tecnológicos pronto permitieron su implantación en todos los recién nacidos del planeta a un coste ridículo. Desde entonces, la incidencia de enfermedades infecciosas se había reducido prácticamente a cero.

Además, el auge de las telecomunicaciones había impulsado la aplicación de una serie de mejoras que permitían la integración en el chip de las funciones de cualquier dispositivo electrónico o virtual, e incluso la modificación controlada de algunas características personales, como el flequillo violeta que Julián seguía acicalando con esmero. Era una época alucinante.

Para muchos adolescentes, aquella activación plena significaba poder sacarse el carnet, consumir alcohol, votar o acceder a los exámenes para revertir de la esterilización neonatal obligatoria. Sin embargo, para Julián significaba mucho más.

Cumplir dieciocho años suponía la desactivación de la monitorización parental, que pasaría a manos exclusivamente de Julián, y del Estado, por supuesto. Por fin se convertiría en ciudadano de pleno derecho y sus padres dejarían de tratarle como si fuese un crío.

Julián terminó de arreglarse y bajó las escaleras hasta el recibidor, con la sonrisa tatuada en la cara ante semejante perspectiva.

—¿Lo tienes todo?

—¡Afirmativo! —respondió Julián, dándole un beso a su madre en la mejilla.

—Estupendo, pues avísame después para ir a buscarte.

—Que síííí, mamááááá… —Cómo estaba deseando que le activasen el dichoso chip.

Cuando intentó abrir la puerta de la calle, el bloqueo magnético se lo impidió, a la vez que un indicador rojo en el panel de acceso comenzaba a parpadear.

—Si es que no pierdes la berenjena porque la tienes pegada a los hombros —murmuró su madre en tono burlón.

Julián se aclaró la garganta, no sin antes responder al comentario de su madre con una mueca bastante cómica.

—A ver, ordenador. Solicitud de permiso para trayecto de viaje. Objetivo, activación de chip intramuscular; destino, Centro de Activación Google en España.

El sonido del cerrojo al desbloquearse fue como música para sus oídos.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @Yexzalara:
«Cómo, ante el miedo a sufrir de una grave enfermedad y en última instancia, la muerte, el ser humano es capaz de ceder sus derechos fundamentales sin cuestionarse».

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Banda Sonora Opcional: The Black Stone – Black Flower

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...