Breve historia sobre la empatía

Siguiente entrega de la antología «Esto lo contamos entre todos», que surgió como una manera de dar voz al subconsciente de todos aquellos que, durante la cuarentena que comenzó el 15 de marzo de 2020, se prestaron a participar en este experimento.

El resultado de ese esfuerzo fue un compendio de cuarenta y cuatro variopintos relatos de diversos géneros —desde comedia o drama, hasta ciencia ficción, realismo mágico o terror—, que crecían y se imbricaban poco a poco, conectándose entre sí para formar un universo complejo y orgánico en torno a los conceptos de pandemia, cuarentena y encierro en sus sentidos más amplios, pero con la suficiente entidad propia como para ser intemporales.

 

En esta ocasión partía de la premisa «Empatía», propuesta por @virmac

¿Te animas a descubrir qué es lo que cuenta?

Breve historia sobre la empatía

Los piecitos de Shorai dejaron finas huellas de polvo mientras correteaba por el pasillo de la casa hacia el salón, seguida de cerca por el robot aspirador, que se afanaba en mantener el suelo de la cápsula impecable. Le encantaba aquel juego del gato y el ratón.

Cuando llegó a la sala, se quedó parada frente al sistema de aerotermia que extraía la energía ambiental contenida en la temperatura del aire, proporcionando la agradable brisa que de otra manera hubiese sido imposible de obtener. A su alrededor, el robot daba vueltas en una danza bastante cómica, mientras ella se balanceaba al compás de una música imaginaria, dejándose envolver por el frescor.

Shorai se frenó en seco y aguzó el oído cuando escuchó abrirse la sala de hidroponía. La cara se le iluminó cuando vio entrar a Krileg en el salón, quitándose unos guantes de trabajo y secándose el sudor.

—¡Cuéntame una historia, abu! —dijo, abalanzándose sobre Krileg.

Krileg cogió a su nieta en brazos, riendo con la mezcla de júbilo y melancolía que solo los ancianos pueden imprimirle a la alegría.

—¡El de la “Taspedancia”! —gritó ella, levantando los brazos.

A lo que Shorai se refería era a la Gran Trascendencia, un hito propiciado por los descubrimientos del propio tatarabuelo del anciano, que cambiaron el curso de la historia para siempre.

El tatarabuelo de Krileg había dedicado toda su vida al estudio de la neuropsicología, a raíz de lo ocurrido tras la Gran Pandemia de 2020, durante la cual el mundo entero se vio obligado a sufrir un aislamiento prolongado.

Al principio, las muestras de cariño y apoyo mutuo fueron generalizadas. La gente colaboraba y aportaba su granito de arena a través de los primitivos sistemas de comunicación masiva de la época. Cursos, conciertos, clases de gimnasia y hasta relatos improvisados brotaban por doquier, para hacer la cuarentena más sencilla. Vecinos que nunca habían cruzado más de dos palabras, charlaban y se conocían, conectando en la distancia. Todos los días a las ocho de la tarde, miles de personas salían a sus balcones a reconocer, mediante el aplauso, la labor de quienes se ponían en riesgo para que el mundo no se detuviese. Fue una auténtica lección de solidaridad.

Incluso se tomaron con bastante filosofía el anuncio de la cuarta prórroga del encierro, armándose de paciencia y redoblando los esfuerzos.

Pero, entonces, las redes colapsaron.

Sin un escaparate virtual al que aferrarse; la creatividad pronto se transformó en cinismo, el aplauso en abucheo y la comprensión en paranoia.

Las formas de mantenerse distraídos se fueron agotando poco a poco y muchos se dieron cuenta, aterrados, de que, si no podían salir fuera, solo les quedaba convivir con ellos mismos. Y, cuando uno se acostumbra a vivir rodeado de ruido, el silencio puede ser atronador.

Los cómicos fueron los primeros en caer, acusados de divertirse por encima de sus posibilidades. Lógicamente, los músicos de los balcones no tardaron en seguirles.

Paladines envueltos en su opinión como única y verdadera, resurgieron armados de soberbia, profiriendo ataques personales y sarcasmo por mera diversión. Amigos de la conspiración gritaban noticias falsas y teorías esperpénticas a un público agotado.

Las peleas se sucedían de ventana en ventana, siempre manteniendo la distancia de seguridad. Se acusaban unos a otros de una música muy alta, de salir mucho a comprar o de osar tener mascota, mientras volaban los rollos de papel como si fuese serpentín. Los insultos a quienquiera que estuviese por la calle eran continuos, sin distinguir sanitarios de bomberos.

 

Estaban tan ocupados tirándose los trastos a la cabeza, que tardaron dos semanas en darse cuenta de que el virus había sido derrotado y podía salir por fin de sus hogares. Pero las caretas ya habían caído y el mundo nunca volvería a ser el mismo.

Algunos argumentaron que la presión y la incertidumbre, añadidos a la privación de libertad, habían sido un cóctel explosivo, pero al tatarabuelo de Krileg aquello se le quedaba corto; tenía que haber algo más. Así que se dedicó en cuerpo y alma a buscar una explicación satisfactoria a semejante muestra de egoísmo.

Tras muchas décadas de experimentación y estudio, encontró un neurotransmisor, presente en la mayoría de las especies, cuya única función era la de producir la sincronización anímica con otras criaturas y la propia conciencia del entorno como algo a preservar para garantizar su propia supervivencia. En definitiva, había descubierto la fuente primordial de la empatía.

Por supuesto, también se encontró con que la propia evolución del ser humano había hecho que la mayoría de personas fuesen incapaces de sintetizar aquel neurotransmisor, lo que explicaba muchas cosas.

Aunque la lucha para superar las trabas burocráticas y los intereses gubernamentales fue encarnizada, supuso el primer paso hacia la Gran Trascendencia, que consistía en la potenciación neonatal del transmisor en humanos de manera universal y gratuita.

A medida que se implementaba el programa, las nuevas generaciones fueron tomando conciencia milagrosa de lo que suponía ser humanos. Las guerras se fueron extinguiendo poco a poco y los gobiernos por fin se dieron cuenta de que el planeta en el que les sostenía no iba a aguantar eternamente las presiones a las que le estaban sometiendo. Todo el sistema de producción y de generación de desechos y energía cambió radicalmente, hacia formas menos contaminantes y más eficientes, como el sistema de aerotermia que hacía aquella atmósfera habitable. Aquello supuso una gran revolución.

Pero, como todas las grandes revoluciones, llegó demasiado tarde.

Krileg dejó a la pequeña en el suelo y ajustó el termostato para subir un poco la temperatura. Sus cansados huesos ya no toleraban demasiado bien el frío que tanto le gustaba a Shorai. Luego se sentó junto a su nieta en un sofá que daba a un enorme ventanal.

Por supuesto, la historia que le contaba a su nieta era mucho más resumida y endulzada, obviando todos los conflictos y peleas, los intereses ocultos y las traiciones sucesivas a los ideales de su tatarabuelo. Su cuento era un relato de superación, de esfuerzo colectivo y de aprendizaje, porque entendía de manera natural —gracias a la potenciación neonatal de la empatinina, obviamente— que aquellos antepasados que se enfrentaron a la pandemia no eran capaces de actuar de otra manera. Estaban programados para un egoísmo que por suerte ya estaba erradicado.

—Está bien, renacuaja —comenzó a relatar Krileg, acomodando a Shorai en su regazo—. Érase una vez un pequeño bichito coronado…

Nieta y abuelo fueron metiéndose en la historia, mientras sus miradas se perdían a través de la ventana. Al otro lado del cristal, la atmósfera de Marte teñía de rojizo el contorno del imponente monte Elysium.

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

A partir de la premisa de @Virmac:
«Empatía».

Banda Sonora Opcional: Empathy – Crystal Castles

«Esto lo contamos entre todos». © Todos los derechos reservados.

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...