Ilusiones preferentes. Primera parte. (1/2)

Tengo algo entre los dientes, lo sé. No consigo notarlo con la lengua, pero seguro que tengo algo entre los dientes. Si no, ¿por qué la nueva secretaria me iba a mirar con esa cara de asco? Joder, dónde coño estás maldito hijo de-

—Ha llegado su visita de las cinco, señor Bielsa—. Casi se me sale el corazón por la boca al ver la diminuta proyección virtual de mi secretaria, de pie sobre la mesa.

—Gracias, preciosa. Hazle pasar. Y te he dicho que me llames Juanmi, ya sabes, para que haya buen rollo.

—En seguida le paso, señor.

—Otra cosita, querida. ¿Te importa traerme un holoespejo?

—Ahora mismo, señor.

A esta chica le queda mucho por aprender si quiere llegar a ser más que una simple secretaria. Menos mal que no la ha cagado de momento, porque con ese carácter que tiene y lo poco arregladita que va, no sé cómo pasó las entrevistas. La anterior por lo menos tenía un buen par de tetas.

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Paradojas de un escritor en ciernes

La semana pasada volví a publicar en este blog después de más de un mes embarcado en otros proyectos. A pesar de que la publicación en sí fue producto de una desgarradora noticia para el mundo de la música, la motivación que me impulsó a escribir la entrada me hizo plantearme muchas cosas.

Desde hacía mucho tiempo, aunque encontraba muchas cosas que contar, apenas tenía tiempo para desarrollarlas. Y cuando al fin conseguía algo de tiempo, mis energías creativas estaban prácticamente agotadas por otros proyectos que contaré más adelante.

La cuestión es que cuando me sentaba delante de alguna historia sin terminar o algún artículo a medio empezar, era la apatía la que me devolvía la mirada a través de una cortina de polvo y una hoja en gris. Solo entonces me daba cuenta de lo sucia que estaba la pantalla de mi ordenador y me ponía a ordenar la mesa, los apuntes, las libretas, la cama, la ropa sucia, el perro y casi cualquier cosa que me alejase un poco de las teclas y la estilográfica.

¿Será esto a lo que sabe el pánico a la hoja en blanco? ¿Tendré que hacer de la procrastinación mi nueva religión? ¿Al fin el síndrome del impostor me habrá ganado la partida?

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Buen viaje, señor Chris Cornell

Recuerdo vivamente los días de verano, los más especiales que puede tener un adolescente. Aquel último día de exámenes que anunciaba el comienzo de la libertad por tiempo limitado. A veces duraba un suspiro porque las cosas no habían ido como esperaba. Otras se prolongaban hasta el comienzo del nuevo curso.

En esos días, año tras año, tenía un ritual. Al salir del último examen me ponía los auriculares y me alejaba lentamente, sin hablar con nadie, en un limbo de estados encontrados, hasta que los primeros acordes del My wave de Soundgarden me recordaban que no debía de preocuparme por absolutamente nada. El verano era real y tomaba forma de sonrisa, mientras el mundo desaparecía a mi alrededor.
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¿De verdad es tan importante tener razón?

Reza una frase del tragicómico humorista Louis C. K.:

«Cuando alguien te dice que no le has herido, no puedes decidir que no lo has hecho»

A priori, esta frase destila un gran sentido común, pues el peso del daño, especialmente el daño emocional, recae siempre en el receptor y el emisor no tiene —o no debería tener— la potestad para decidir de manera unilateral, sobre el grado de dolor, de mal o de bien que ha ocasionado con sus actos. Lo único que puede hacer es acarrear con las consecuencias.

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Serendipia

Hoy les traigo un relato muy especial para mí. Fue el primer intento de escribir una novela que recuerdo y el culpable de las innumerables horas muertas que pasé en la cafetería de mi facultad con un lápiz y una libreta.

Finalmente deseché el proyecto tras meses de frustración, así que quedó olvidado en un cajón. Serendipia no es más que el comienzo de aquel proyecto olvidado, reconvertido en relato corto. Espero que les guste.

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Némesis

Toda tu vida te ha convencido de que no vales para nada y tú lo has creído a pies juntillas.

Intentas expresar tus sentimientos sin tener con quien compartirlos, convencido de ser incapaz de pasar por esto solo. Las esperanzas se muestran esquivas, incapaces de darte la satisfacción de una victoria.

Encuentras nuevos rostros y nuevamente te sientes petrificado, volviendo a los días de pasillos solitarios y horas muertas. De llegar temprano a los sitios para tener algo que esperar en esta vida. Horas tiradas mirando una pared de ladrillos porque, simplemente, no tienes otra maldita cosa que hacer. Pero él siempre está ahí para gritarte: ¿a quién coño necesitas?

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Un viaje sin retorno

El domingo pasado mi corazón quedó hecho pedazos, pero de sus restos surgió algo mejor y necesitaba contarlo de manera cruda y directa, despojado de las pieles del relato.

Todo comenzó poco antes de las ocho y media, cuando encendí el televisor para poder ver el estreno de Astral, aquel documental de Salvados que tanto habían anunciado, sobre la labor que ProActiva Open Arms está realizando en el Mediterráneo para salvar de una muerte segura a quienes se juegan la vida día tras día en busca de una vida mejor. Por si esto fuera poco, a este reportaje le siguieron otros dos, sobre los refugiados sirios en Jordania, y sobre los inmigrantes que tratan de cruzar la valla de Melilla, por lo que la noche se prometía intensa.

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La visitante nocturna

Abro los ojos y allí está, quieta, oscura y paciente, con sus enormes patas y su rechoncho cuerpo segmentado. Me observa parsimoniosa desde una pequeña imperfección en la pared, entre dos ladrillos que ha reclamado como propios. Apenas se mueve, como si en realidad no estuviese allí, a la espera de un mosquito despistado o de una mosca que vuele demasiado cerca.

Podría cerrar los ojos y regresar a mi plácido sueño pero soy incapaz; esa mirada octuplicada me hipnotiza, observándolo todo desde su atalaya con la intensidad de ojos sin párpados y la mirada fija en cuanto le rodea.

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Bofetadas de vacío inmaculado

Delante del blanco telón de mi futuro, trato de convertir recuerdos en delirantes fantasías.

Las letras bailan incesantes, mientras el peso de granos invisibles, pero grandes como piedras, me recuerda que la vida huye lentamente por un desagüe de clichés y vanas esperanzas, presa de la monotonía encerrada entre cuatro paredes incapaces de dictar un rumbo definido.

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Persiguiendo la entelequia

He quedado con mi amigo Pablo para ponernos al día después de mucho tiempo de no vernos. Ese tipo de reuniones que te sacan de la inercia del día a día, donde recuerdas historias pasadas que coronas con promesas vacías de futuros reencuentros. Sí, exactamente esas citas que anhelas porque te dan la vida, pero se repiten menos de lo que deberían, porque los amigos hay que cuidarlos y parece mentira que seamos tan desastres.

Mi afán de puntualidad ha hecho que llegue demasiado pronto. Aún quedan cuarenta minutos, así que entro en un bar cercano llamado: La cervecería, lo que denota una desbordante imaginación, a la altura del culto a la higiene que profesan los dueños del local. No veo a nadie, por lo que me freno un poco pensando que quizás aún no hayan abierto las puertas al modesto público.

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