En la piel del aimsir (fábula climática)

Cuenta una antigua fábula que, hace mucho tiempo, existía una aldea situada entre montañas, grutas y bosques antiguos, cuyos habitantes vivían en armonioso equilibrio. Durante años, coexistieron con unas extrañas criaturas que poblaban las profundas cuevas de los acantilados sobre los que se asentaba su poblado. Eran muy difíciles de ver por su carácter huidizo, pero a lo largo de generaciones habían dejado patente su presencia y el enorme beneficio que ofrecían a los aldeanos.

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Piélago dragante

El pasado martes fue el cumpleaños de Jorge, un buen amigo y apasionado por el bodyboard. Por este motivo (y porque a mí pocas excusas me hacen falta), aprovecho para publicar una versión actualizada del texto que le escribí hace tiempo por el día de Sant Jordi. Fue un experimento improvisado que comenzó como una broma escrita en apenas una hora, aunando su pasión por coger olas, con el mito de San Jorge y el dragón, y que terminó convirtiéndose en una especie de corta pero intensa épica que demuestra lo peligroso que resulta pedirle un regalo a un desequilibrado mental como yo. Sin más dilación, espero que les guste.

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El encuentro

Esta semana les traigo un nuevo integrante de la familia de Inspiraciones mutuas, que se va haciendo grande poco a poco gracias a la colaboración de fantásticos artistas como Fernando Leal, quien a través de sus fotografías hizo posible este relato inédito.

La mayoría de los trabajos de este brillante fotógrafo —y en esta ocasión no iba a ser diferente— fusionan naturaleza y humanidad, mostrándonos escenas quizás cotidianas para sus protagonistas, pero que se transforman en extraordinarias cuando atraviesan su objetivo. Porque entre sus manos, la cámara se convierte en un extractor quirúrgico de emociones, que con la precisión de un cirujano, nos recuerda que, pese a lo que pueda parecer, aún podemos tener esperanzas en la especie humana.

Cabe destacar que Fernando Leal ganó la edición de 2015 del concurso Tu mejor foto (convocado por la revista Magazine del periódico La Vanguardia) gracias a esta otra imagen, considerada, además, como una de la favoritas de los editores de National Geographic en su concurso de fotografía de 2016.

Si quieren conocer mejor a este artista, les animo a seguirle la pista en su nueva y flamante cuenta de Facebook y también en Instagram.

Mientras tanto, espero que disfruten de este relato, que lo comenten y, si les gusta, lo difundan por la red.

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La visitante nocturna

Abro los ojos y allí está, quieta, oscura y paciente, con sus enormes patas y su rechoncho cuerpo segmentado. Me observa parsimoniosa desde una pequeña imperfección en la pared, entre dos ladrillos que ha reclamado como propios. Apenas se mueve, como si en realidad no estuviese allí, a la espera de un mosquito despistado o de una mosca que vuele demasiado cerca.

Podría cerrar los ojos y regresar a mi plácido sueño pero soy incapaz; esa mirada octuplicada me hipnotiza, observándolo todo desde su atalaya con la intensidad de ojos sin párpados y la mirada fija en cuanto le rodea.

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Tilikum

El sonido amortiguado al otro lado de barreras invisibles era una de las múltiples torturas a las que me sometían. Ya había perdido la cuenta del tiempo transcurrido desde que aquellos demonios de metal nos emboscaron y nos privaron de la libertad ganada por derecho. Pocos habían sobrevivido al ataque. Clanes enteros desmembrados y esquilmados sin contemplaciones. Tratados como mercancía.

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Consciencia

Caminaba, como siempre, sumido en mis pensamientos, haciendo balance de lo pasado y lo porvenir. Siempre diseñando planes, como si lo improvisado fuese un sentimiento pecaminoso capaz de hacerme caer en el más profundo de los abismos. De repente, un pequeño ratón se cruzó en mi camino y me miró a los ojos con aire temeroso, pero con cierto brillo de curiosidad.

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Oruga

Estaba abatido en aquellos escalones cuando apareciste, con tu enorme sonrisa y un pastel de chocolate en la mano, dispuesta a sentarte justo encima de mí. Casi me aplastas, pero te percataste de mi existencia cuando ya había desistido de entender a la raza humana. Estaba anonadado con aquella mirada curiosa y penetrante que me observaba desde las alturas. Era difícil aceptar mi condición de oruga cuando, normalmente, nadie quería cruzarse con una.

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