Habitación libre (2/3)

Segunda entrega del relato «Habitación libre». En la anterior entrega habíamos dejado a nuestros protagonistas tomando una importante decisión que tendrá consecuencias (in)esperadas. Si ya leíste de la primera parte, te animo a descubrir cómo continúa la historia. Si no, ¿a qué estás esperando? (no digas que no te lo advertí).

Ir a la primera parte.

 

Habitación libre. Segunda parte.

Una multitud entra a trompicones pisoteando los restos de la puerta.

Entre la multitud destacan: un chico en camisilla con el pelo enmarañado de rastas metálicas y leds; una mujer descalza, con un vestido hippie y flores en el pelo, que va lanzando gatos biónicos de diferentes tamaños, y un hombre trajeado con un casco en forma de pelo engominado, que tira tarjetas láser con el logotipo de una inmobiliaria, en todas direcciones.

La masa está enfervorecida, sedienta de techo compartido en una urbe abarrotada. Clara se incorpora y levanta a Jorge por el cuello de la americana. Ambos huyen de la multitud por un pasillo estrecho e interminable que da a los dormitorios.

En mitad del pasillo, una sandalia seguida de un calcetín blanco atraviesa el cristal de una ventana, estampándose contra una puerta que está en la pared de enfrente.

—¡Maldita sea! —exclama Clara cogiendo unas máscaras que cuelgan de la pared y tendiéndole una a Jorge— ¡Rápido, ponte esto!

Por la ventana intenta entrar un chaval albino de ojos rojos, rodeado de una neblina verdosa proveniente del exterior. A su espalda, una enorme mochila le impide la entrada. Decenas de cables salen de ella y se insertan directamente en el cráneo del albino, que se aferra al marco con sus huesudas manos.

Clara forcejea con el chaval hasta que finalmente consigue empujarlo a través de la ventana.

—¡Mí gustar la siesta! —Los gritos del chico se pierden poco a poco mientras cae por un infinito patio interior.

Jorge, aterrado, consigue abrir la puerta de su dormitorio y entra seguido de Clara, que cierra la puerta tras ellos.

La habitación es pequeña y ordenada, con una cama individual. En las paredes no hay ni cuadros ni posters. Un virtualuz en la pared opuesta a la puerta proyecta un atardecer pixelado que tiñe toda la estancia de naranja.

Jorge agarra una silla y bloquea la puerta. Los dos respiran entrecortadamente.

—¡Te lo dije! —exclama Jorge, recuperando el aliento— Teníamos que ser más específicos, ¡joder!

Clara mira alrededor, negándose a darlo todo por perdido.

—Vale, pensemos un poco.

—¿Qué hay que pensar? —pregunta Jorge— Borramos el anuncio y punto. Esto nos supera, Clara.

Clara se mueve nerviosa por la habitación, como un animal enjaulado. Pensaba que la cosa estaría más calmada desde que Albacete se había quedado en primera línea de costa, pero no había calibrado adecuadamente. Conseguir un piso en Madroid seguía siendo una misión tan suicida, como lo había sido para sus antepasados y, sin un plan de contención y filtrado previo, la situación se les estaba yendo rápidamente de las manos. Pero lo hecho, hecho estaba. Ya no había marcha atrás.

—Nosotros hemos iniciado esto y lo vamos a terminar —dice Clara con determinación—. Vaya que si lo vamos a terminar.

Al otro lado de la puerta se escucha a la horda de inquilinos desesperados arremetiendo una y otra vez.

—¿Tienes alguna caja de antihistamínicos por ahí? —pregunta Clara.

—¿Por qué iba a tener…? —La frase de Jorge queda suspendida en el aire, colgando de la ceja enarcada de Clara, que le mira fijamente.

De acuerdo, era un hipocondríaco de manual, pero, ¿quién le puede culpar hoy en día? No es que tengan un filtro antimutaciones por capricho, precisamente.

En el cajón de su mesilla, Jorge encuentra un completo surtido de medicamentos específicos y de amplio espectro que recuerda a la rebotica de una farmacia céntrica, o a la furgoneta de cualquier callejón de los suburbios.

—Busca también una copia del contrato de alquiler —dice Clara mientras abre un bote de tinta china y se pinta con los dedos un par de gruesas líneas negras bajo los ojos.

Jorge mira el proceso, estupefacto, con la caja de antihistamínicos en la mano y la boca medio abierta. Esto no es ningún juego y ha sido el último en darse cuenta. Es una guerra y tienen que estar preparados.

En su cabeza comienzan a escucharse tambores de batalla.

Con determinación, Jorge se anuda un cinturón a modo de bandana, pero lo aprieta demasiado y le duele, así que tiene que aflojarlo un poco. Luego se introduce una caja de antihistamínicos en el bolsillo de su pantalón, mientras Clara hace lo propio un ambientador de spray.

—¿Quieres apagar la alarma del biorregulador?

—Perdón —responde Jorge parpadeando dos veces. Los tambores dejan de retumbar al instante.

Luego, Jorge enrolla cuidadosamente el contrato y se lo mete en un bolsillo interior de la chaqueta.

—¿Preparado? —le pregunta Clara mientras rompe una de las patas de la silla que bloquea la puerta.

—No,… no mucho, la verdad —titubea Jorge.

—Nos tendrá que servir —responde Clara mientras quita con determinación la silla que bloquea la puerta.

 

Terminará…

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

¿Quieres saber cómo termina?
Ir al desenlace.

 

Banda Sonora Opcional: Killing in the Name (RATM Cover) – Brass Against

 

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...