En la piel del aimsir (fábula climática)

Cuenta una antigua fábula que, hace mucho tiempo, existía una aldea situada entre montañas, grutas y bosques antiguos, cuyos habitantes vivían en armonioso equilibrio. Durante años, coexistieron con unas extrañas criaturas que poblaban las profundas cuevas de los acantilados sobre los que se asentaba su poblado. Eran muy difíciles de ver por su carácter huidizo, pero a lo largo de generaciones habían dejado patente su presencia y el enorme beneficio que ofrecían a los aldeanos.

Los aimsires — nombre dado por los primeros pobladores de aquella región de ensueño — se alimentaban de muchas especies dañinas para los cultivos y para la propia subsistencia de la aldea, por ser foco de plagas y enfermedades; además, construían sus guaridas con un líquido viscoso, que al secarse se volvía duro como el diamante y que los aldeanos usaban para fabricar herramientas de sorprendente dureza, imposibles de mellarse ni oxidarse.

Pero, sin duda, la prueba inequívoca de la existencia de tan nobles especímenes era la causante de que las venerasen como auténticas deidades. Muy de vez en cuando, los druidas de la aldea conseguían recuperar algunas escamas que desprendían en la época de muda. Dichas escamas tenían infinidad de beneficios, desde aliviar fiebres y resfriados o curar múltiples enfermedades, hasta levantar los ánimos alicaídos.

Con el tiempo, la población de aquella aldea, gracias a los beneficios de la curiosa alianza, fue creciendo y haciéndose más fuerte. Sus habitantes apenas enfermaban y morían muy ancianos, y los niños crecían fuertes y sorprendentemente sanos.

Un día, los jefes del poblado acudieron al consejo de druidas con un paradójico problema. Gozaban de tan buena salud y vigorosa descendencia, que apenas quedaban terrenos habitar y las pocas escamas recogidas no eran suficientes para abastecerlos. Comenzaba a ser imperativo ampliar las fronteras de su territorio, lo cual supondría un conflicto con las aldeas vecinas y probablemente una guerra.

Druidas y jefes estaban de acuerdo en encontrar una rápida solución. Necesitaban más escamas para mantener su fortaleza frente a los otros poblados, además de abastecer a la creciente población. Pero, además, soñaban secretamente con las maravillosas propiedades que podrían obtener de la piel, los huesos o la carne de aquella escurridiza criatura, o en la enorme dureza de las armas y construcciones fabricadas con aquella milagrosa secreción. Sin embargo, ambos disentían en la forma de obtener tan preciado botín.

Los bravos líderes apostaban por organizar expediciones para darles caza, pero los prudentes sabios se oponían ante tal ocurrencia, argumentando que, aunque nada se sabía de las costumbres de los reptiles, estos podían resultar casi tan peligrosos como perderse en aquel enorme complejo de cuevas y galerías, siendo más partidarios de hacerles salir mediante cebos y artimañas. De esta manera podrían domesticarlos y obtener una fuente inagotable de riquezas, sin poner en peligro a sus valiosos cazadores.

Discutieron acaloradamente durante horas, sin llegar a una solución conveniente para todos. Y cuando ya parecían condenados a no entenderse, la voz de un joven aprendiz, que había escuchado toda la conversación desde un rincón, interrumpió bruscamente la disputa.

—Sería mejor no crecer tanto y dejar al bicho en paz —dijo casi para sí mismo.

Pronto se arrepintió de dar volumen a sus pensamientos, al alzar la vista y observar la cara de perplejidad de los allí reunidos.

—Bueno, quiero decir que siempre hemos vivido en paz con las otras aldeas, y una guerra traería desgracias y muertes innecesarias —dijo el muchacho sin demasiada convicción—. Además, podríamos intercambiar algunas escamas por otras cosas igualmente valiosas, como frutas y verduras que no crecen es esta zona. He oído que más allá del valle utilizan el lodo del lecho del río para construir casas sólidas y duraderas.

Todos los presentes prorrumpieron en enormes carcajadas ante la inocente ocurrencia. ¿Buscar alternativas menos valiosas con el poder tan cerca de sus manos? Aquella idea tan ridícula sirvió para calmar los ánimos y alcanzar al fin el consenso deseado. Finalmente, decidieron que lo mejor sería una solución intermedia: Atraerían a las bestias a los túneles más superficiales mediante grupos reducidos de exploradores, y allí tratarían de atraparlos o de darles caza si se volvían demasiado peligrosos.

No tardaron demasiado en poner en marcha el ambicioso plan y pronto consiguieron capturar a un gran número de criaturas, que resultaron ser sorprendentemente mansas. El poblado creció hasta convertirse en una poderosa ciudad amurallada, sometiendo a su voluntad al resto de poblados. Sin embargo, con los años descubrieron, preocupados, que las bestias no se reproducían bien en cautividad y eran muy difíciles de domesticar. Las propiedades de sus escamas eran cada vez más débiles y, debido a las capturas, los reptiles salvajes comenzaban a escasear peligrosamente.

Con el tiempo apenas quedó un solo animal por aquellas regiones; las escamas desaparecieron y con ellas la fortaleza que había permitido crecer tan desmesuradamente a aquella pequeña aldea. Sin otra fuente de riquezas capaz de permitirles mantener su poderío, los enemigos que se habían granjeado, se cebaron con su desgracia atacando sin compasión, movidos por la rabia y por la sed de venganza, hasta el punto de quedar reducidos a un puñado de los druidas más ancianos y unos pocos de sus jefes, que observaban impotentes como su sueño se desmoronaba.

Pero lo peor aún estaba por llegar. Las nobles criaturas habían desaparecido y con ellas sus escamas y guaridas. Aquel líquido viscoso tan preciado, no solo permitía obtener valiosas herramientas, sino que servía de soporte al entramado de galerías cada vez más debilitado. Con el tiempo, el peso de los edificios fue demasiado para aquellos acantilados llenos de agujeros y, finalmente, terminó por colapsar sepultando aquel negro sueño de avaricia.

Por querer más de lo que podían mantener, un pueblo próspero y tranquilo terminó sumido en la desdicha. Lo que podría haber sido una historia plácida y feliz, supuso el triste final para una era de codicia.

 

Un relato de Fernando D. Umpiérrez

 

Banda Sonora Opcional: Eanair – Lúnasa

 

Publicado por Fernando D. Umpiérrez

Guionista, escritor, superviviente y tan biólogo como médico el Gran Wyoming. Un soñador empedernido encerrado en el cuerpo de un pragmático redomado. Observador impasible de realidades alternativas. Ahora sobrevivo como guionista de fortuna. Si buscas alguna historia y no la encuentras, quizás puedas contratarme...